2/11/2003

Cuando se comienza a escribir uno tiene la tama�a inocencia de permitirse que otros miren su trabajo, critiquen e influyan. Esa inocencia, invariablemente, termina por ayudar al potencial escribiente a mejorar su trabajo, acercarse a la lectura y a la autocr�tica. Luego, uno sigue con esa tama�a inocencia y publica libros. Y si se persiste en esas inocencias se puede f�cilmente caer en clich�s est�pidos como pensar que la obra personal debe ser un reflejo claro y preciso de las constantes... Y no. La cosa es bastante m�s sencilla. Tan sencilla como animales tontos. La mosca, por ejemplo. Uno de ellos. Insignificante, molesta y adem�s sucia. Se convierte en el personaje favorito de las fabulas de su autor. �Qu� lindas las f�bulas! El buc�lico aeda cantando las coplas para deleite de los ciudadanos. No. Vivi� el siglo XX. Era viejo cuando public�, a�n as� tuvo la tama�a inocencia. Y un d�a alguien le pregunt� qu� animal de sus f�bulas le gustar�a ser. "Ahora s� me la puso d�f�cil". Dijo. Pens�. Lanz� una sonrisa a B�rbara. Volvi� a pensar. "La mosca, s�." Pronunci� en voz alta. Las se�oras sonrieron. Los intelectuales hicieron su moh�n de acentimiento. Pero s�lo el escritor calvo, viejo, robusto y evidentemente molesto por la risa de los asistentes pens�, realmente, que era lo mismo que su mosca.Y hay por ah� tantos inocentes. Habemos, s�.

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