10 cosas estúpidas de la sociedad actual
Martín Corona Alarcón
Las redes sociales se han dado a la tarea de crear decálogos
de lo más “interesante”, con la fina intensión de que logres distraerte 10 o 20
minutos, metiendo en tu cabeza información absurda y sinsentido disfrazada de
útil e innovadora. Desde las diez mejores marcas de autos para chocar sin
fallar en la muerte inmediata, hasta los alimentos que jamás deberías consumir,
pasando por los 10 pensamientos más imbéciles de un gobernante, las decisiones
más estúpidas en pareja o los diez dichos que tus hijos deberán tener como
mandamientos el resto de sus días.
Lo cierto es que en el mar de información absurda, falsa o
simplemente desechable, no están enmarcadas aún las 10 cosas que hacen
tremendamente estúpida a nuestra cultura actual. Todos hablan de globalización,
cultura mainstream pero nadie se detiene a reflexionar en lo más simple, lo
cotidiano, eso que marca los pasos de todos, las conductas y maneras de organizar
la vida en lo personal, lo grupal y lo general.
El dinero
Sin duda el número uno de la estupidez humana actual. Este
hijo de la propiedad privada es el eje de las conductas, roles y conflictos de la
humanidad actual. La gente mata y se mata por el dinero, pasa la vida creando
la manera de tener más porque cree que así será más feliz.
Sin embargo, cuando se tiene mucho dinero se requieren
cuidados, formas y una dependencia total a ese estilo de vida. Y, finalmente,
es algo estúpido porque no es real. Es decir, es una convención. Hace mucho
tiempo a alguien se le ocurrió hacerle creer a todos que el oro, los papelitos,
monedas o valores en el banco pueden traducirse en bienes de la vida diaria y
el resto lo creímos, lo creemos y enseñamos a los chicos a creerlo.
Por eso el mundo es de quienes saben este secretito: la
humanidad entera va tras un imaginario, tras un sueño absurdo. Basta que seas
el dueño del símbolo de ese sueño para tener en tus manos a todo el hormiguero.
Las ciudades
Los humanos somos mamíferos, animales como cualquier otro en
realidad. Sin embargo, somos capaces de creer y crear cosas, por ello creemos
en absurdos tales como que se vive “mejor” en grandes concentraciones de
humanos.
Las ciudades alejan a las personas del campo, de la naturaleza,
del agua, de la comida, del aire. Y cuando son muy grandes gastan miles y quizá
millones de horas de trabajo humano en traerles hasta sus casas en la ciudad:
comodidad, cosas naturales, agua, comida e, incluso, limpieza de su aire.
Los hormigueros son formas funcionales de sociedades de
insectos, pero las ciudades son un absurdo tal que decidí ponerlas en segundo
lugar de este decálogo de la estupidez.
El trabajo
Nada más absurdo que “trabajar” horas y horas de tu vida en
algo que no te deja un beneficio directo, sino dinero (vaya al primer absurdo)
que además no te alcanza y, encima, vivir quejándote.
Si todos los que se emplean hicieran cuentas reales de lo
que gastan sólo para tener un estilo de vida que les permita ser empleados,
seguramente serían conscientes del porqué el trabajo está en tercer lugar.
Nota: el trabajo aquí es tomado como empleo, no nos
referimos al trabajo de hacer de comer, fabricar la propia ropa, cuidar ganado
u otros impensables trabajos directos. Ni mucho menos a las labores que te
hacen sentir bien, tengan o no pago económico.
Las cajas
Nadie repara en que toda la cultura actual basa sus
tecnologías y formas de agrupamiento en cajas (vaya a poema Cajas de Ángel
Guindá). Y como nadie repara en ello, no sabemos porqué es así, damos por
sentado que es la mejor forma o la única, sin embargo, en realidad es sólo otro
supuesto social y cultural.
La realidad no real
Dinero, trabajo, ciudades son parte de la realidad no real
que al convertirse en un imaginario social, es decir cuando todos creen que es
real, se convierte en eje de la
sociedad. Lo mismo pasa con las artes, la política y muchas áreas del mamífero
bípedo llamado humano.
Sin embargo, se ha llegado a un absurdo tal que se invierte
tiempo, dinero y mucha energía en pantallas cuadradas que simulan realidad y,
al final, no son reales, sino un campo de inacción.
Ahora mismo estás leyendo sobre la realidad real en un
espacio de realidad virtual, falsa, irreal.
La educación
Y qué mejor manera de hacer que los humanos seamos algo no natural
e inclusive opuesto a nuestra propia naturaleza que adiestrándonos. Es decir,
la educación es una forma de meter en la mente y, por ende, en los
comportamientos y estructuras
determinadas maneras de pensar y de organizar el mundo. Mucho más cuando se
hace desde que son pequeños, así simplemente seguirán imitando esas maneras de
comportarse y asumirán que su identidad es lo que se les impuso.
Pretextos habrá muchísimos, lo importante es “educar” a
todos con las pautas necesarias para que sigan creyendo ciegamente en el
dinero, el poder, la ciudad, etc…
Los roles de género y la lucha
Sin embargo, pese a todo eso, algunos mamíferos de los
llamados humanos se rebelaban y trataban de hacer cambios en sus sociedades,
llegando al punto de descreer en ciertas cosas de las antes mencionadas.
Entonces inventaron la cúspide de la estupidez: los roles de género.
Hacerles creer que su complementaridad era una pugna, una
competencia y, animales como son, se lían en eso. Y mientras discuten, compiten
y se lastiman entre sí, todo queda igual. De manera que sus esfuerzos cotidianos
y la energía que pudieran elevar al infinito queda desgastada en un absurdo
polarizar su ser complentario mediante la idea de géneros, diferencias e
incluso supremacía.
La competencia
A rio revuelto, ganancia de pescadores reza el dicho. Y nada
más cierto, mientras los humanos vivimos peleando entre nosotros no entendemos
que el sentido de toda lucha es absurdo, porque siempre hay un ganador por
sobre los bandos. Por ejemplo: en toda guerra el verdadero ganador es quien
vende las armas, en los deportes los ganadores son los empresarios, en la lucha
del bien y el mal los administradores del dogma y un largo etcétera.
De manera de la competencia entre los humanos sólo beneficia
a quien ha creado la pugna, mientras miles de personas se confrontan y le dan a
ganara uno o, acaso un puñado de organizadores.
La libertad
Nada más estúpido que esta idea. Porque la libertad es sólo
una idea, no es un estado de ánimo, ni una emoción, es sólo la idea. Desde el
momento en que la idea de libertad es en lo social el opuesto a la de
esclavitud, tendríamos que decir que para un humano Occidental del siglo XVI y
XVII ser libre es: no ser negro, no trabajar de sol a sol, no ser vendido ni
traspasado, no trabajar a cambio del alimento, no tener un patrón o dueño, etc.
En cambio se es libre en el siglo XXI cuando por propia
voluntad: has terminado la universidad, maestría o doctorado, trabajas para un
patrón que decide tus horarios y pagos, vives en un sitio que pagas con tu
trabajo, si no trabajas no comes, entre más sirvas en tu trabajo mejores
beneficios tendrás, si eres muy bueno en lo que haces otra empresa o patrón
vendrá a comprarte (perdón, quise decir contratarte) para que trabajes para él.
De este modo queda demostrado por qué la libertad es el
número 9 de nuestra lista.
El amor de pareja
La misión base de toda especie sobre la tierra es muy
simple: preservarse. Es decir, la procreación para que la especie como tal
prevalezca. Sin embargo, los humanos consagran su estupidez llevando esta
misión básica a un extremo ridículo llamado “amor de pareja”.
Necesitados de dos caracteres (ver punto 7) los humanos
hemos creado un enorme amasijo de ideas absurdas alrededor de un acto natural:
convenios, ritos, mitos y sobre todo la idea de amor de pareja como eje de la
energía de cada ser.
En el siglo XVIII, cuando las máquinas hicieron que la gente
tuviera demasiado tiempo libre, la humanidad comenzó a ser Romántica y a pasar
demasiado tiempo pensando en el Otro. Y así, en la actualidad películas,
canciones, libros, televisión, en fin la creación humana en general tiene como
uno de sus ejes el amor de pareja, cuando es algo tan simple, tan natural, tan
orgánico como la propia necesidad de que la especie siga viviendo.
Sé que hay más muchas más estupideces en el mundo actual.
Sé que este decálogo será siempre incompleto, sin embargo,
por algún lado hay que comenzar.
Con este breve texto celebro con beneplácito las creación de
tantos decálogos que tan necesarios son al ejercicio de procastinar*
cotidianamente en el devenir actual de la humanidad.