11/26/2003

FANDANGO, SON Y MEZCLADA JAROCHÉS



el FANDANGO es una fiesta. Algunos tocan sus jaranas, arpas, mosquitos, leona, a veces hasta cellos y saxofones. La gente escucha los sones, beben, bailan algunos sobre la tarima, zapatean. En los pueblos se acostumbran aún los gritos y pujidos por parte del público.



el SON como lo conocemos hoy en las diversas regiones de México es herencia directa de Europa. Como no llegaron los reyes ni gente de las cortes a colonizar, sus gustos musicales eran piezas sencillas de rimas cortas y sencillas (canciones casi siempre octisílabas). Ni siquiera música de cámara, sino algo bailable y disfrutable EL SON.



conforme pasaron los años, cada región fue adaptando los instrumentos y las canciones, incorporando nuevas maneras de tocar las mismas canciones. Así, en la región del sotavento (jarochos) se mezcló con la negritud, en la huasteca con la música tradicional prehispánica y etcétera, porque hay son en los rincones más inesperados de América Latina.



EL SON se relaciona con las cantigas, con las primeras canciones, con la herencia árabe española, luego con áfrica y los negros, con algo de prehispánico y, actualmente, con las mezclas instrumentales y las innovaciones el SON es tan universal que grupos como MONO BLANCO o SON DE MADERA viajan por todo el mundo asombrando con ese curioso y emocionante sonido.

Sin embargo, el son no es sólo ese par de afamados grupos. Cito algunos que recuerdo, disculpándome de antemano por las lógicas omisiones: Híkuri, Cojolites, Son de Hueva, Son Luna, Los Panaderos, Los Huerta, en fin que la lista sería interminable.

¡Ay nomás, nomás!

11/23/2003



El día que Rodolfo Castro entró a la oficina creí que algo extraordinario estaba a punto de ocurrir. No por él, ni por su acento argentino y su tono afable, sino por aquello que antes me habían dicho sobre su trabajo. Un par de profesoras de Tijuana me pusieron un mail explicándome la maravilla que había sido tomar uno de sus talleres, al grado que una, la más lerda del grupo, decía tener embobados a sus alumnos cuando, luego del recreo, se ponía a narrarles cuentos.
Claro, ellos estaban felices porque mientras Toñita (que así se llamaba la lerda profesora) se explayaba tratando de que ellos le pusieran atención, todos sacabn sus cartas de Yugi-O y creaban un código secreto para jugar en silencio con sus cartas. Sin embargo, mi preocupación nunca fue en ese sentido.
Durante casi seis meses, yo me había encargado de contarle a los niños historias sacadas de libros. No se me dificultaba, por ende sabía perfectamente que casi cualquier persona con un poco de ego inflamado podría hacerlo con cierta gracia; ahí mi temor, uno nunca sabe, las risas afables a menudo ocultan dobles intenciones...
Hoy mismo fue la presentación de su obra sobre Xavier Villaurrutia, divertida y, sobre todo, imaginativa e inteligente, porque ¿cómo chingados hablas a los niños de un poeta gay, super cachondo, místico y con un complejo de culpa tosquísimo?
La respuesta fue una sombra que se busca entre los sueños de las estatuas. Y bien, que las estatuas y los sueños de Rodolfo me dieron algo de tranquilidad. Finalmente, la próxima semana comenzaremos trabajo conjunto con miras a seguir cuenteando, como ahora mismo, a potenciales lectores de letritas y expertos lectores del mundo.

11/22/2003

RECOMENDACIONES

Crónicas del postboom



LA NUEVA ESCRITURA

Texto de César Aira publicado en La Jornada Semanal

La obra de César Aira es tan original y rica en historias, que pretender clasificarlo es elegir una faceta mínima de su expresión y limitar a una sola vía de acceso los múltiples caminos de su imprevisible escritura. Uno de los gestos más consecuentes de su teoría de la literatura, patente en sus más de 18 novelas, es "apoderarse del olvido", despreciar la memoria como instrumento privilegiado del escritor. Aquí diserta sobre la idea de remontarse a las raíces para desandarlas.

Tal como yo lo veo, las vanguardias aparecieron cuando se hubo consumado la profesionalización de los artistas, y se hizo necesario empezar de nuevo. Cuando el arte ya estaba inventado y sólo quedaba seguir haciendo obras, el mito de la vanguardia vino a reponer la posibilidad de hacer el camino desde el origen. Si el proceso real había llevado dos mil o tres mil años, el que propuso la vanguardia no pudo funcionar sino como un simulacro o pantomima, y de ahí el aire lúdico, o en todo caso "poco serio" que han tenido las vanguardias, su inestabilidad carnavalesca. Pero la Historia abomina de las situaciones estables, y la vanguardia fue la respuesta de una práctica social, el arte, para recrear una dinámica evolutiva.
En efecto, y restringiéndonos al arte de la novela, una vez que ya existe la novela "profesional", en una perfección que no puede ser superada dentro de sus premisas, la novela de Balzac, de Dickens, de Tolstoi, de Manzoni, la situación corre peligro de congelarse. Alguien dirá que si todo el peligro es que los novelistas sigan escribiendo como Balzac, estamos dispuestos a correrlo, y con gusto, pero sucede que es optimista hablar de un mero "peligro", pues de hecho la situación se congeló, y miles de novelistas han seguido escribiendo la novela balzaciana durante el siglo XX: es el torrente inacabable de novelas pasatistas, de entretenimiento o ideológicas, la commercial fiction. Para ir un solo paso más allá, como hizo Proust, se necesita un esfuerzo descomunal y el sacrificio de toda una vida. Actúa la ley de los rendimientos decrecientes, por la que el innovador cubre casi todo el campo en el gesto inicial, y les deja a sus sucesores un espacio cada vez más reducido y en el que es más difícil avanzar.
Una vez constituido el novelista profesional, las alternativas son dos, igualmente melancólicas: seguir escribiendo las viejas novelas, en escenarios actualizados; o intentar heroicamente avanzar un paso o dos más. Esta última posibilidad se revela un callejón sin salida, en pocos años: mientras Balzac escribió cincuenta novelas, y le sobró tiempo para vivir, Flaubert escribió cinco, desangrándose, Joyce escribió dos, Proust una sola. Y fue un trabajo que invadió la vida, la absorbió, como un hiperprofesionalismo inhumano. Es que ser profesional de la literatura fue un estado momentáneo y precario, que sólo pudo funcionar en determinado momento histórico; yo diría que sólo pudo funcionar como promesa, en el procesoÊde constituirse; cuando cristalizó, ya fue hora de buscar otra cosa.
Por suerte existe una tercera alternativa: la vanguardia, que, tal como yo la veo, es un intento de recuperar el gesto del aficionado en un nivel más alto de síntesis histórica. Es decir, hacer pie en un campo ya autónomo y validado socialmente, e inventar en él nuevas prácticas que devuelvan al arte la facilidad de factura que tuvo en sus orígenes.
La profesionalización implica una especialización. Por eso las vanguardias vuelven una y otra vez, en distintas modulaciones, a la famosa frase de Lautréamont: "La poesía debe ser hecha por todos, no por uno." Me parece que es erróneo interpretar esta frase en un sentido puramente cuantitativo democrático, o de buenas intenciones utópicas. Quizá sea al revés: cuando la poesía sea algo que puedan hacer todos, entonces el poeta podrá ser un hombre como todos, quedará liberado de toda esa miseria psicológica que hemos llamado talento, estilo, misión, trabajo, y demás torturas. Ya no necesitará ser un maldito, ni sufrir, ni esclavizarse a una labor que la sociedad aprecia cada vez menos.
La profesionalización puso en peligro la historicidad del arte; en todo caso recluyó lo histórico al contenido, dejando la forma congelada. Es decir, que rompió la dialéctica forma-contenido que hace a lo artístico del arte.
Más que eso, la profesionalización restringió la práctica del arte a un minúsculo sector social de especialistas y se perdió la riqueza de experiencias de todo el resto de la sociedad. Los artistas se vieron obligados a "dar voz a los que no tienen voz", como lo habían hecho los fabulistas, que hacían hablar a burros, loros, labriegos, moscas, sillas, reyes, nubes. La prosopopeya invadió el arte del siglo XX.
La herramienta de las vanguardias, siempre según esta visión personal mía, es el procedimiento. Para una visión negativa, el procedimiento es un simulacro tramposo del proceso por el que una cultura establece el modus operandi del artista; para los vanguardistas, es el único modo que queda de reconstruir la radicalidad constitutiva del arte. En realidad, el juicio no importa. La vanguardia, por su naturaleza misma, incorpora el escarnio, y lo vuelve un dato más de su trabajo.
En este sentido, entendidas como creadoras de procedimientos, las vanguardias siguen vigentes, y han poblado el siglo de mapas del tesoro que esperan ser explotados. Constructivismo, escritura automática, ready-made, dodecafonismo, cut-up, azar, indeterminación. Los grandes artistas del siglo XX no son los que hicieron obra, sino los que inventaron procedimientos para que las obras se hicieran solas, o no se hicieran. ¿Para qué necesitamos obras? ¿Quién quiere otra novela, otro cuadro, otra sinfonía? ¡Como si no hubiera bastantes ya!
Una obra siempre tendrá el valor de un ejemplo, y un ejemplo vale por otro, variando apenas en su poder persuasivo: pero, de todos modos, ya estamos convencidos.
La cuestión es decidir si una obra de arte es un caso particular de algo general que sería ese arte, o ese género. Si decimos "He leído muchas novelas, por ejemplo, el Quijote", sospechamos que no le estamos haciendo justicia a esa obra. La sacamos de la Historia para ponerla en la estantería de un museo, o de un supermercado. El Quijote no es una novela entre otras sino el fenómeno único e irrepetible, es decir histórico, del que deriva la definición de la palabra "novela". En el arte los ejemplos no son ejemplos porque son invenciones particularísimas a las que no rige ninguna generalidad.
Cuando una civilización envejece, la alternativa es seguir haciendo obras, o volver a inventar el arte. Pero la medida del envejecimiento de una civilización la da la cantidad de invenciones ya hechas y explotadas. Entonces esta segunda alternativa se va haciendo más y más difícil, más costosa y menos gratificante. Salvo que se tome el atajo, que siempre parecerá un poco irresponsable o bárbaro, de recurrir al procedimiento. Y eso es lo que hicieron las vanguardias.
Si el arte se había vuelto una mera producción de obras a cargo de quienes sabían y podían producirlas, las vanguardias intervinieron para reactivar el proceso desde sus raíces, y el modo de hacerlo fue reponer el proceso allí donde se había entronizado al resultado. Esta intención en sí misma arrastra los otros puntos: que pueda ser hecho por todos, que se libere de las restricciones psicológicas, y, para decirlo todo, que la "obra" sea el procedimiento para hacer obras, sin la obra. O con la obra como un apéndice documental que sirva sólo para deducir el proceso del que salió.
Quiero ilustrar lo anterior con un artista favorito, un músico norteamericano, John Cage, cuya obra es una mina inagotable de procedimientos. Y no dejo de hablar de literatura porque Cage sea un músico. Al contrario. Que "la poesía sea hecha por todos, no por uno", significa también que ese "uno", cuando se ponga en acción, hará todas las artes, no una. El procedimiento establece una comunicación entre las artes, y yo diría que es la huella de un sistema edénico de las artes, en el que todas formaban una sola, y el artista era el hombre sin cualidades profesionales especiales. Por lo mismo, hablar de John Cage en este punto no es traer un ejemplo. No es un ejemplo sino la cosa en sí de la que estoy hablando.
Su historia es conocida: un joven que quería ser artista, que no tenía condiciones para ser músico, y que por lo tanto llegó a ser músico.... Hay un defecto en la causalidad, por el que se cuela lo vanguardista. Antaño las vidas de los músicos eran al revés, con la de Mozart como canon: la predisposición era tan importante, la causa tan determinante, que el relato debía retroceder siempre más en la biografía, hasta la primera infancia, hasta la cuna, y antes aún, hasta los padres o abuelos, para poder ponerle un comienzo. En Cage la causa flota, incierta, y en los hechos va avanzando hacia la vejez. Se la podría poner con justicia en sus últimos años de vida, en las hermosas piezas tituladas con números que compuso entre 1987 y su muerte en 1992. El beneficio de esta postergación de la causa fue que se le hizo necesario inventarla cada vez: él nunca tuvo un motivo previo y definitivo para ser músico; si lo hubiera tenido, no habría podido sino dedicarse a fabricar obras. Tal como fueron las cosas, debió hacer algo distinto. Puede aclarar esa diferencia el examen sucinto de una de sus invenciones, la Music of Changes de 1951.
Music of Changes es una pieza para piano solo, y el método de creación usó los hexagramas del I Ching o Libro de las mutaciones. Fue creada mediante el azar. No puede decirse que haya sido "compuesta", porque este verbo significa una disposición deliberada de sus distintos elementos. Aquí la composición ha sido objeto de una metódica anulación.
Cage usó tres tablas cuadriculadas, de ocho casillas por lado, es decir sesenta y cuatro por tabla, que es la cantidad de hexagramas del I Ching. La primera tabla contenía los sonidos; cada casilla tenía un "evento sonoro", es decir, una o varias notas; sólo las casillas impares los tenían; las pares estaban vacías e indicaban silencios. La segunda tabla, también de sesenta y cuatro casillas, era para las duraciones, que no están usadas dentro de un marco métrico. Aquí las sesenta y cuatro casillas están ocupadas, porque la duración rige tanto para el sonido como para el silencio. La tercera tabla, de la que sólo se usa una casilla de cada cuatro, es para la dinámica, que va de pianísimo a fortísimo, usados solos o en combinación, es decir, de una notación a otra.
Tirando seis veces dos monedas se determinaba un hexagrama del I Ching. El número de ese hexagrama remitía a una casilla en la tabla de sonidos. Otras seis tiradas, otro hexagrama, determinaban la duración que se aplicaba al sonido elegido antes, y la tercera serie de tiradas determinaba la dinámica (Había además una cuarta tabla, de densidades: también por azar se determinaba cuántas capas de sonido tenía cada momento; estas capas podían ir de una a ocho.) La extensión de sus cuatro partes, la estructura de éstas y la duración total también salieron del azar.
El trabajo metódico y puramente automático de ir determinando una nota tras otra hace la pieza del principio al fin. ¿A qué suena esta pieza? De las premisas de la construcción se desprende que va a sonar a cualquier cosa. No va a haber ni melodías ni ritmos ni progresión ni tonalidad ni nada. Salvo las que salgan del azar; o sea que, si el azar lo quiere, va a haber todo eso.
Es curioso, pero si bien se diría que, dado el procedimiento, la pieza debería sonar por completo intemporal, impersonal e inubicable, suena intensamente a 1951, a obra de un discípulo norteamericano de Schöenberg, y es muy característica de John Cage. ¿Cómo puede ser? Lo único que hizo Cage, en 1951, fue decidir el procedimiento; no bien empezó la escritura cesaron la fecha y la personalidad, y la civilización que las envolvía. Si la fecha, la personalidad y la civilización siguen presentes en el producto terminado, quiere decir que hemos estado equivocados al asignar su presencia a procesos psicológicos en el acto de la composición.
Supongamos que los Nocturnos de Chopin hubieran sido escritos con el mismo procedimiento. No necesariamente con el I Ching, pero sí con tablas de elementos, y una elección entre ellos según el azar. No es tan descabellado, porque esas tablas siempre han existido, siquiera en estado virtual; y la actualización de sus elementos siempre se hizo más o menos al azar, salvo que este azar podía llamarse inspiración, o capricho, o incluso necesidad. Para mantener la tonalidad, o la métrica, no había más que preparar tablas ad hoc. Por supuesto, el romanticismo no podía renunciar a las prerrogativas del yo sin corromper su fábula. El constructivismo contra el que reaccionaba tendía a la impersonalidad, y no puede extrañar que haya experimentado con el azar. En la época inmediatamente posterior a Bach se compuso ocasionalmente usando el azar, con dados; lo hicieron Mozart, Haydn, Carl Phillip Emmanuel Bach, entre otros. El ingreso de la personalidad del artista, de su sensibilidad y las complicaciones políticas del yo, se inicia con el romanticismo y tarda un siglo en agotarse. El gran mecánico Schoemberg le da una vuelta de tuerca a la profesionalización del músico, preparando la entrada de un nuevo tipo de artista: el músico que no es músico, el pintor que no es pintor, el escritor que no es escritor. Ya en 1913 Marcel Duchamp había hecho un experimento en el mismo sentido, de determinar las notas por azar, pero sin ejecutarlo; consideraba la realización "muy inútil". En efecto, ¿para qué hacer la obra, una vez que ya se sabe cómo hacerla? La obra sólo serviría para alimentar el consumo, o para colmar una satisfacción narcisista.
Cage justifica el uso del azar diciendo que "así es posible una composición musical cuya continuidad está libre del gusto y la memoria individuales, y también de la bibliografía y las `tradiciones' del arte". Lo que llama "bibliografía" y "tradiciones del arte" no es sino el modo canónico de hacer arte, que se actualiza con lo que llama "el gusto y la memoria individuales". El vanguardista crea un procedimiento propio, un canon propio, un modo individual de recomenzar desde cero el trabajo del arte. Lo hace porque en su época, que es la nuestra, los procedimientos tradicionales se presentaron concluidos, ya hechos, y el trabajo del artista se desplazó de la creación de arte a la producción de obras, perdiendo algo que era esencial. Y esto no es ninguna novedad. San Agustín dijo que sólo Dios conoce el mundo, porque él lo hizo. Nosotros no, porque no lo hicimos. El arte entonces sería el intento de llegar al conocimiento a través de la construcción del objeto a conocer; ese objeto no es otro que el mundo. El mundo entendido como un lenguaje. No se trata entonces de conocer sino de actuar. Y creo que lo más sano de las vanguardias, de las que Cage es epítome, es devolver al primer plano la acción, no importa si parece frenética, lúdica, sin dirección, desinteresada de los resultados. Tiene que desinteresarse de los resultados, para seguir siendo acción.
El procedimiento de las tablas de elementos, que usa Cage, podría servir para cualquier arte. En la pintura, habría que hacer tablas de formas básicas, de colores, de tamaños, y usar algún método de azar para ir eligiendo cuáles actualizar en el cuadro. La arquitectura también podría practicarse así. El teatro. La cerámica. Cualquier arte. La literatura también, por supuesto.
Al compartir todas las artes el procedimiento, se comunican entre ellas: se comunican por su origen o su generación. Y, al remontarse a las raíces, el juego empieza de nuevo.
El procedimiento en general, sea cual sea, consiste en remontarse a las raíces. De ahí que el arte que no usa un procedimiento, hoy día, no es arte de verdad. Porque lo que distingue al arte auténtico del mero uso de un lenguaje es esa radicalidad.

11/13/2003

MI LUMÍA



Mi Lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus eropsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y
gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía.

Oliverio Girondo

11/12/2003

SoY uN TRaiDoR FIDELIDAD PERRUNA

Confusión en mi cabeza, sí.
Atendiendo al nunca certero, pero siempre "saca de dudas" diccionario de la RAE, la fidelidad se define:

(Del lat. fidelĭtas, -ātis).
1. f. Lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona.
2. f. Puntualidad, exactitud en la ejecución de algo.
alta ~.
1. f. Reproducción muy fiel del sonido

Ciertamente, en sentido estricto del primero, no puedo ser fiel. La desesperanza y la pérdida de fe en la gente me llega de improviso, me cuesta cada vez más cegarme a los errores de los demás y pasarlos por alto, más bien la cosa es enmarcarlos, tomarlos en cuenta dentro de la relación y seguir adelante con ello. Es decir, te tengo fidelidad tomando en cuenta tal o cual cosa que de ti no me agrada, mas no fe ciega (a menudo ni en Dios).
La segunda es sencilla, en realidad.
Lo que me viene mal es cuando ser fiel a un amigo o un compañero implica obligatoriamente pasar por alto sus erroes, cegarse y tener los mismos gustos, las mismas preferencias, serle fiel a la banda, etc...
Hace algunos años en el rancho me ocurrió algo desagradable:
Salen resultados de Becas para escritores y alguien me llama para decir: "le dieron la beca a toda la banda de M". Respondo sorprendido "¿Yo soy parte de la banda de M?". Nunca firmé nada, incluso, nunca sentí que fuera parte de aquello. Luego de mi respuesta y pláticas y apoyos para quienes no fueron becados (por ende no eran de la banda de M), resultó que soy un traidor.
Ese fue el principio de la caída, del primer chingazo duro. La consecuencia fueron chismes, maledicencias, etcétera.
Ahora ocurre algo semejante, pero nunca igual. Lo cierto es que creo que esas cosas no cambiarán, nunca de mi parte. Ahora juego diciendo que "sólo estoy casado con mi mujer y eso a ratos"... Comienza otra telenovela, al parecer.

11/11/2003

De Presiones

(Fabiola hoy retrató la constante absurda en mis textos: ella imposible. He aquí una diarrea de hace diez años, donde la Feladora sorbió con su pucha insípida... mera antropología)



Por Martín Corona
I.
Mínima canción.
Y me escondo. Y me tiro. Y escribo porque nadie puede escucharme, porque masturbarme es más placentero que una insípida vagina que absorbe y goza individual. Caer es el sinónimo de la vida. Caer al pasto y mirar al cielo buscando a Dios que no existe. Las araucarias parecen arañas o moluscos que tienen hijos-gusanos. Más arriba está “el sol como otra araña...” quizá más allá del dios que no existe. “Daré mi vida a los demás y lloraré con mi pasión como un niño abandonado en un cuento que se borró. Lorca era un puto miedoso y yo... yo soy otro miedoso aún no tan puto que ve cómo la vida va borrándolo, va diluyendo a su niño, “grotesco y sin solución, con tristeza de Cyrano y de Quijote, redentor de imposibles infinitos con el ritmo del reloj”. No haré nada, me quedaré aquí, al pie de la arboleda a esperar que ellas intenten devorarme, comerme, que me lleven en fragmentos, muy lejos. Tampoco quiero besar los labios de sus vaginas, ni besarlos a ellos, todos insectos. Yo iría llorando por la calle, pero desde hace mucho no puedo llorar, es largo el cuento.
II.
Historia de marcianos
Trata de un idiota que embarazó a su linda noviecita-amor-eterno (Feladora). Él, el estúpido, le pidió que abortara, ella, como creyente sólo esperaba “una palabra tuya bastará para sanarme” de la gravidez. Corriendo fue, vio los pedazos de universo que salían de ella. Me platicó que eran rojos y gelatinosos, una especie de lágrimas de virgen pueblerina, de milagrosa residente del mundo muerto de dios. El muy pendejo lloró, todos le cantaban “llora y llora y mueve sus manitas”, pero ahora, ni siquiera lo contenta salir a pasear solo los domingos. Solo ahora, porque antes siempre lo hacía con ella, de la mano, del brazo o agarrándole el sexo, mientras la gente disimulaba no verlos. El pendejo en aquel entonces se llamaba Cunilingüis y a ella le gustaba, pero no quería aceptarlo, más gozaba siendo Feladora: “con maestría en el manejo de las glándulas salivales hacía brotar la blancura del manto divino del tronco aquel. Evitaba profanarlo con saliva, por lo que, cuando el líquido transparente comenzaba a ser espeso, salado y ácido, frotaba el Tótem con piernas, manos, pechos, nalgas y todo, hasta que le ardía el Dios espeso que marcaba su piel”.
Ahora Cunilingüis ya no porta ninguna etiqueta, camina sin nombre sobre la nada, soñando que vuela y masturbándose con las alas de una mosca, oculto tras el balcón, viendo a “las niñas de los jardines que me dicen todas adiós cuando paso”. Sin embargo, intentó, realmente lo hizo, probar de nuevo tener nombre, existir bajo otra piel, ser alguien realmente, claro, bajo el concepto que aprendió. Camina, vuela y navega en un mar de nada donde no hay arena, ni agua, ni vida, una especie de creación fantástica digna solamente de Michael Ende o el mismísimo Borges. Estúpidamente busca islotes en su nada, y sólo encuentra pedazos de la tela en la que estuvo pintado, algunos colores como hazes se le enfrentan y lo retan, pero nunca acepta el reto de un solo color. Lejos de volver a pintar, a pintarse, huye del azul del cielo y del mar, escudándose desnudo y erecto en el tejado de la oscura noche buscando las braga del fetiche que no desea y lo peor... que ya no le satisfacen. Ahora se evapora en cigarrillos y alcohol, juega a ser feliz gritándolo a la cara de todos. “Soy feliz soy un hombre feliz y quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad” la tonada es lúgubre y mortuoria, digna de escribirse en la partitura del epitafio de Werther, el suicida mayor. Hoy quiere creer su tesis barata: “el suicidio es una enfermedad con la que se nace” (Citar textual)... un gran dejo e inconformidad con el que se vive. Dormir resulta la única esperanza de existencia, con su poderío de Hacer-Ser; pero ya están cansados de dormir los ojos cuando atisba el solo de primavera. Conoció el sol desde la infancia, en las caricaturas, veía como los mamíferos peludos salían de sus cuevas a ser apuntados por los fusiles. Ahí comprendió que salir de una es meterse a otra peor, y con a reflexión vuelve el miedo y vuelve también la pendeja esperanza. Ahora calla y sigue escribiendo, porque cree no ser tan malo escupiendo signos, desperdiciando grafito y pintura sobre telas oscuras, dedicadas a su vida, a lo que posee (?), tan distinto a lo que desea. También saba que no puede cambiar, que no le cuesta pintar retratos de mujeres desnudas, conoce tan a fondo su anatomía, su forma externa que se lograrán tomándolas de modelo. Pero pintar, volar y escribir no le importan, son instintos naturales que no le sirven, que no desea explotar. Él quiere, sólo eso: quiere.


III.
“Todos buscamos a alguien... aun sin darnos cuenta”
Lo sabe por las tardes cuando toma el autobús, la combi o va en un auto –configurando un futuro borroneado. Los coches forman una interminable fila de soldados con uniforme de lata, fibracel y plástico, grandes y pequeños, como ellas que caminan moviendo las nalgas y mostrando una estúpida sonrisa digna de los mejores cuadros de Leonardo. Busca dentro de los autos a una de ellas –cualquiera-, cuando la encuentra –piel blanca, delgada, pelo largo y negro, al frente del volante y fumando- finge una erección, sueña de golpe con que el auto choca dentro de un paso a desnivel, ahí bajan todos de sus soldados de lata, muchos se han herido el cráneo con el golpe en el parabrisas. Ella está inconsciente y nadie le atiende, entonces el hoy nada se coloca con lápiz la frase “eoréH”, al revés porque lo hizo con ayuda del espejo. La saca, limpia su cara y vuelve a decir –como siempre-: “Pero es muy linda, tan linda...” La lleva al hospital agarrando su mano delgada, pálida. Llega a su cabeza la idea de que está muerta. Tiembla un poco y pide a los socorristas que le repitan una y otra vez “se pondrá bien”. La misma tarde, le compra con todo su sueldo un camión de rosas rojas que vacía en el cuarto compartido del hospital que ya no huele a muerte sino a rosas vivas. Antes que las flores marchiten, ella sale agradecida, ansiosa de verlo. Héroe –antes Nada- descubre que sus ojos son más lindos que luceros y sus labios tan bellos como los de la luna. No se atreve a tocarla y ella le invita a su casa. Se llama... Idilio, vive sola, toca el piano magistralmente y ahora, después de haberla salvado, le confirma que lo ama. Héroe sale corriendo a la calle y vuelve a ver los autos y las caras y busca ya no su idilio –ya la tiene- necesita alguien a quien decirle, alguien a quien gritarle que la halló y que Feladora está muerta y en el olvido “jamás existió” –parece decirla su cabeza adrenalínica-. Pero el auto se detiene y ahora él es de nuevo Nada, Héroe sólo existió en el sueño dentro del túnel. Nada tiene que checar tarjeta en el trabajo, sus manos tiemblan un poco, firma y abandona corriendo el edificio, está harto de todo, quiere andar como un demente sobre los parques y gritar “¿Dónde estás?” Idilio no responde, no existe. En vez de ella, -del idilio que busca por las calles- en su casa le espera Arte, ella casi siempre se deja besar y le hace felaciones obscenas y grotescas, solo que lejos, cuando camina o va en el camión, Arte parece no existir, parece que es sólo un sueño.

IV.
Caminando por la calle se le presenta Buenísima-Idilio con cara de verdad (Veridilio, porque es de carne –mucha- y de fluidos –apestosos-) y con un voraz apetito por devorar la nada, según Ende sería Fantasía. Regresa como tarde tras tarde al mismo bar, luego de algunas cervezas comprende que Nada (él mismo) y Veridilio no existen en el mismo plano: uno es una mancha en un Picasso y el otro nada. Nada está cansado, muy cansado y prefiere intentar, una vez más, romper con la maldición del llanto. Luego, en la ebriedad, se sumerge en las cloacas de una biblioteca, acto seguido toma el libro 9 colección del arte y mira a Ilusión en la página 291. Es ella. No le importa que halla sido pintada ¿imaginada? ¿creada? Imposible que el estúpido de Eduard Munch halla “creado” a la mujer Ilusión de Nada, con la que convive a diario en sueños, tan parecida a Feladora que Ilusión (“Pubertad” según Munch) es sólo la hiperbelleza de Feladora. Sentada al borde de la cama con esa expresión de molestia, con sus senos al descubierto y tapando con las piernas su sexo en una atmósfera umbría. Lo hace temblar tanto como antaño, sólo que ahora no se erecta el pino, el sauce, sino que es llorón el pesar que se excita y aflora. El pelo es tan largo que podría cubrir sus nalgas y ella, pequeña, delgada, es Ilusión, es Feladora, es Pubertad. Antes de salir del subterráneo, ve a alguien que podría ser Ilusión, con su figura esbelta y piel pálida, pelo rizado (¡castaño!). Sí es, la vio bajar apresurada por la escalera de caracol, no le dirigió la mirada, pero Nada recuerda haberla visto antes ¿es un sueño? ¿En el mismo sitio? Para qué seguir divagando, si ella –la que bien pudiera ser Ilusión- abandonó el lugar sin ser seguida por otra y otra y miles y cientos de Ilusiones que caminan por el mundo. Sale Nada cada vez más nada a seguir buscando. Toma otro carro, el mismo sueño loco de Idilio, con la variante que ahora Ilusión era morena y usaba un vestido corto, mostrando dos enormes frutos que guindaban del árbol de mitad del paraíso. Camina tranquilo y despreocupado, la tarde comienza a caer y busca a Idilio en cada Ella que se le presenta de frente. Compra dos lápices, pinceles y colores. “¿Amarillo?” preguntó la nueva Idilio de la tienda. Una chica de no más de veinte que perfectamente hidrocarburado el rostro, deja la sonrisa pintada en el recuerdo como música disco. Nada compra veinte, cien postales de cuadros preferidos por Idilio-hidrocarburo y se las regala, ella argumenta tener novio, pero lejos, en el país de los ebrios y Nada desea en ella Hidrocarburo-felación, pero no sucedió. Sale de la tienda con algunas pinturas y regresa andando a su casa-cuarto-estudio donde comienza a hacer el intento. El rojo al inicio es muy violento-no, el verde-no. La paleta está por secarse y la sangre desea nicotina, son inútiles los falsos esfuerzos, busca un cigarro y lo enciende. Una nube le da la idea, es Idilio surrealista, que juega a ser nube-mujer-desnuda ¿una nube desnunda? Nada se sienta y sabe que es ya arte y no más nada. El ahora Arte, vuela sobre una ciudad del polvo, manchas colillas, insectos y dibuja una nube de tetas enormes, una nube silfidica, derramando por la entre pierna varios rayos del sol rojo.

¿Conclusión?
Una historia que se vertió en muchas, un pasado que resultó futuro. Es tiempo de levantarse, dejar el mismo cuento de antaño, para que acabe de devorarse a sí mismo como serpiente que se muerde por la cola.

TOMADO DE http://www.geocities.com/iommy.geo/rev5/rev5/de_presiones.html

Canadá

Aun no comienza a caer la nieve, dejas a un lado el lápiz, pedazos de pintura amarilla permanecen sobre tus dientes. Escupes a un lado, pero la pintura descascarada va a dar junto en el monitor. Cuando lo limpias con papel descubres la hora y también que ha pasado más de medio día y tú sigues sin comer, mordiendo el lápiz que anoche dejaste de usar en las hojas sueltas donde fuiste resolviendo los problemas.
Cuando miras el número de páginas redactadas notas que es una lástima que sean tu tesis de doctorado, que de ser un grado menor podrías darle vuelta y permitirte un "terminado".

11/04/2003

El muerto no estaba en su cama, pero cuando despertó le pareció sentir la frialdad de sus pies, la piel pegada a los huesos y la inflamación del vientre. Más aún, el olor que ella había dejado apenas cuatro semanas atrás, era el tufo del cirrótico que recién había muerto.
Durante el mes que permaneció sólo, cotidianamente sentía que ella le acompañaba, fuera por el olor del perfume en las sábanas o por los rastros de su presencia: la ropa, el acomodo de la casa, sus fotos, el hueco de su ausencia era demasiado. Quizá por ello no dormía del todo a gusto por las noches, abrazando su almohada hasta el amanecer.

11/02/2003

MI BRUJA



In memoriam Astrólogo Profesor José Pérez Alférez, quien aprovechó el viaje de los muertos...

Amigos, escribo esto desesperado, angustiado, molesto con el mundo por quitarme lo que a otros les ha dado a manos llenas. Por ello, les suplico que si tienen un poco de tiempo se asomen y ojalá puedan ayudarme. Lo siguiente es una crónica de cómo volvió una casi olvidada obsesión, desde el inocuo principio hasta una solicitud que espero tenga eco.
Revisando entre papeles viejos, un atascadero de hojas recicladas y rellenadas con los golpes de la máquina y los de la adolescencia, hallé su número telefónico y una historia cegada abruptamente. Marqué el número con las tripas chillando en la garganta, gracias al cielo del otro lado sólo puede escuchar “Lo sentimos, pero el número marcado no existe. Favor de revisar en su directorio telefónico, gracias”.
No alcance en ese momento a recordar toda la historia con ella, fue la incertidumbre aquello que me llevó a buscarla. Ignorar la manera cómo perdí la pista de una mujer tan significativa fue el impulso, pero después, reflexionando no supe qué diría ni mucho menos cómo reaccionaríamos.
Las dos cajas de “originales de juventud” –fui de esos intentos de escritores que piensan en el futuro: la crítica necesitaría de mis primeros trabajos– salieron cargadas por doña Pera, la señora de la limpieza, con rumbo al camión de la basura. Todo menos el relato de aquellos días... pero transcribirlo sería abusar, está todo desarticulado, repleto de lugares comunes y con fallas de concordancia tales que ni para literatura basura serviría.
Volver a sentir el ímpetu de aquellos años donde sólo bastaban algunos cigarrillos, un café, agua y mi olivetti atronando el sueño de los vecinos, me lleva a volver a esto y también me obliga volver a ella. Recordé con claridad las cinco ocasiones que nos acostamos, ella tenía dieciseis y yo catorce años, ella tenía en su haber una relativamente larga lista de novios y amantes y yo, yo tenía leída toda la literatura de la onda, todas las ambiciones del mundo y tantas masturbaciones como ella besos. Debo aceptarlo dolorosamente: mi boca ni siquiera había recibido un beso, sobre todo porque siempre le huí al ortodoncista. Mientras ella, naturalmente hermosa, reía de quienes le rendíamos pleitesía de monarca, era dueña de su espacio y su cuerpo.
Recuerdo que Chema, mi amigo gay, me había regalado el primer disco de Joaquín Sabina y ahí conocí la alteridad de mi diosa adolescente: Bruja. Y así fue, igualito que en la canción. Al inicio fui yo quien rogó por años sus favores y luego ella llegaba temprano a mi casa y me despertaba, incluso cuando mamá no estaba me hacía el desayuno y luego de tender la cama jugeteabamos antes de desahogar las enormes cargas hormonales. Envidiables días casi por completo dedicados al culto de nuestros cuerpos.
Pero estoy brincándomelo todo, salteando hacía los recuerdos gratos y ni siquiera he contado la manera cómo cayó ella entre mis brazos y yo entre sus piernas. La conocí cuando llegué a su casa para aprender inglés, su padre era “el mejor maestro particular de inglés, vivió diez años en Inglaterra y enseña divino”, palabras literales de una amiga de mamá. La cita era para las seis de la tarde, pero por buscar la calle Abeto entre secollas, eucaliptos, robles y nogales, llegué hasta las siete y media. Encontré el número de la casa con varios adolescentes afuera, todos enmarcando dos figuras: una menuda y discreta, de rostro medieval y huesos salientes; otra altiva, de carnes voluptuosas, excesivamente coqueta e igual de adorable. Como siempre en estos casos tuve que elegir así, casi al azar entre una de las dos, obviamente, hermanas. Le pregunté a mi Bruja por las clases de inglés y sonriendo me dijo que subiera, se presentaron ambas ante la molestia de su séquito y subí. Beatles a buen volumen, cinco chavos de entre veinte y veinticinco me saludaron de mano y luego las llenaron de papel, un libro y dos cuestionarios. No eran clases de inglés normales, tenía que aprender a hablar como ellos, un idioma repleto de frases musicales que se limitaban a Beatles, Joplin, Doors y, paradógicamente, Sex Pistols. Los doce años que tenía entonces estaban llenos de rock mexicano, de Botellita de Jerez, Jaime López, Rockdrigo, pero jamás de “fresadas” en inglés. Aprendí mucho de aquellas clases, pero sigo pronunciando [one] por [wan].
Luego fueron dos años de reunirme con ellos a charlar de música, libros, programas de televisión, entre la risa discreta del “maestro”, claro está padre de mi Bruja, quien nunca daba rienda a las charlas, pues se limitaba a aprender cada una de las cosas que íbamos diciendo.
“El niño” fue mi nombre de aquel entonces, y el niño tenía tanta sabiduría de la vida que comenzó a creer que la vivía, salió de casa unas veinte veces, volvió las mismas y todo fue en su casa una batalla campal entre la “ignorancia” de su familia y su recién descubierta sapiencia. Aquella rebeldía fue maravillosa hasta la tarde que insultó a padre y él, impotente ante la exaltada sabiduría de su adolescente dolor de cabeza, tuvo la necesidad de darle una buena madriza: “para que le bajara de huevos”. Esa es la historia de mis clases, mas no de ella.
Puntualmente, martes y jueves, asistía con fervor, siempre recién bañado, con una florecilla cortada en el camino y ella recibía todo con beneplácito mientras terminaba de llamar por teléfono para salir con el “amigo” en turno. No me privé de esas salidas amistosas, ni de cafés y largas confesiones; pero lo que yo quería estaba tan lejos como enfrentar al dentista. El fin de lo que podría considerarse “la primera etapa de mi brujamanía” fue su respuesta a una pueril declaración: “mira, no me gustas, te quiero mucho, pero no me gustas, quizá si te hicieras una ortodoncia y te cuidaras los barros... no sé... quizá”, aderezado con un beso en los labios.
Después de dos largos años de pleitesía, mi Bruja se lió con “el hombre de su vida”, quien era simple y llanamente su primo hermano. La obsesión incestuosa llegó a oídos de toda su familia y, entre el deseo y la vergüenza, el adorador incesante fue quien se chutó todos los problemas: desde las depresiones hasta sus escapes de casa. Y ahí, considero, sucedió mi primer rasgo de madurez: cómo chingados podía estar enamorado de una mujer tan, pero tan... tonta; sí, comencé por asumir mi pasión como un capricho y preferí volar por otros senderos; claro está sin alejarme demasiado, pues el truene inminente con su guapo primo me daría la ocasión perfecta para lograr mis propósitos. Sin embargo, ocurrió que su hermana, la voluptuosidad con dos patotas a quien llamaremos Nosferata –como ella firmaba sus interesantísimos escritos de orientación vocacional para jóvenes– se embarazó de un novio pasajero contando con apenas diecisiete años; los conflictos de aquella familia eran míos. Entonces la Nosferata me agarraba de paño de lágrimas mientras entrenaba mi puberta libidinosidad y procuraba ayudarme a deshacerme de la molesta eyaculación precoz. Fue muy hermoso iniciar mis conocimientos amatorios cuidando de su barriga de siete meses, primero, y luego tratando de calmar su ninfomanía ante otros tipos menos “amables” que yo. Ella odiaba hacerlo en la cama, sus correrías tenían los paisajes más extraños: baños de cafés, parques de noche, casas recién conocidas... en una ocasión me acompañó a entregar unos papeles a la casa de un licenciado amigo de papá, cuando el tipo nos dejó solos en su recibidor ella pidió ir al baño, pero en vez de eso me jaló hasta una de las habitaciones y ahí lo hicimos rapidísimo. Así que Nosferata hizo que su hermanita, la menos candente pero mucho más adorable Bruja viniera y se viniera a y en mí.
Como toda buena féminas, ellas profesaban esa devoción destructora por cualquier ser de su mismo género; más aún siendo su propia hermana. Brujita me mandó al infierno una tarde que su hermana me comprometió a acompañarla a acostarse con un amante suyo, mientras la otra se quedaría encerrada “porque no tienes quien te acompañe”, dijo su madre. Finalmente y gracias al cielo, Nosferata no acabó con aquel tipo entre las piernas, sino con mi pequeño miembro jugueteando entre sus labios durante mucho tiempo... hasta que se dio por vencida: tres orgasmos en una sola tarde son demasiados, incluso para un adolescente.
Quizá unos tres o cuatro meses fueron los que Bruja me dejó a la deriva, no me dirigía ni una mirada de soslayo, a tal extremo llegó su aversión que me acusó de andar alcahueteando a su hermana para irse con otros tipos. Ahí el declive de la figura Nosferáticamente cachonda, pues sus padres –extrañísimos conservadores– le prohibieron salir conmigo.
Sólo quedó la espera: Me alejé de ambas por casi un año. Mis pasos recorrieron las primeras cantinas, comencé a fumar y beber con la misma devoción de las noches sin dejar dormir a mis vecinos con la maquinita de escribir. Todo tenía una calma regular, había comenzado a trabajar con mi padre, tenía mi propio dinero y mi propio cuarto y estaba perfectamente bien instalado en mi papel de niño genio en el primer semestre de la prepa. Recuerdo la llamada del maestro de inglés, proponía que me volviera cantante de una banda de “clásicos” que formó con sus nuevos alumnos. Ahí va el pendejo de yo de nuevo a la olla de las pasiones, primero me abordó Nosferata; pero cuál fue mi sorpresa al notar que Bruja me había perdonado; claro que a cambio de salidas, pizzas –carísimas en aquellos ayeres–, cafés y algunos besos robados con más güeva que interés. Hasta “esa” tarde.
– Oye, me siento muy sola, como que me hace falta algo ¿no? Te ha pasado así que te sientes como que no le gustas a nadie...
Oh cara mía, acaso era realmente tan, pero tan, tontirijilla de no darse cuenta de que yo vivía en ese estado de no gustar.
–... así que estás solo y te duele. Y te quieren pero no así como a ti te gusta, como que... no sé.
A la femininísima frase (“no sé”) siguió un speach mío, copia fiel de libro chafa del Joseagustín adolescente. Y cayó, cayó la palomita en mis garras devoradoras. Fuimos a mi casa para que le mostrara la novela que estaba escribiendo de los ahora nuestros amores. Terminada la lectura me miró, la miré; sonrió, sonreí; vino hacia mí, fui hacia ella; me beso, la besé... y como no sabía qué más hacer le propuse amarrarla con una bufanda.
– Si te sueltas, todo queda así, pero si no, haré contigo todo lo que quiera mientras estés atada.
Nunca pudo desamarrarse; ojalá siguiera así, pero cometí la estupidez de soltarla luego de una sesión de sexo chistosísimo. Ella no paraba de reír, anticlimática, mientras yo estaba tan jarioso como lo que era: un adolescente haciéndose el depravado.
Luego vino una breve etapa de grandes momentos, dos semanas de noviazgo antes de que se largara a México sin previo aviso. Así nada más, un día llegue a su casa y su padre me dijo que se había ido a vivir con el primo amado. Sonreí y me largué de esa casa creyendo en un “para siempre”.
Por periodos se perdía y reaparecía, llegamos a ser amantes cuando se casó por primera vez; luego buenos amigos cuando coincidimos en un encuentro de jóvenes impulsores del arte. Pero ahora, dieci... algunos años después de todo aquello, trato de buscarla infructosamente; no sé dónde está, ni si tiene los cuatro hijos de marido diferente que me dijeron que les habían dicho, o si mi Bruja estaba buscando trabajo en un bar de Sonora. Otras vertientes dicen que anda de piruja en la frontera, lo cierto es que no sé nada de ella.
Y bueno, amigos, si ya han soportado la lectura hasta aquí, sólo quiero pedirles un gran favor, enorme pero posible: si alguien la conoce dígale que la busco, dele mi e-mail, dígale que ya me compuse los dientes, que me baño a diario y que tengo un trabajo estable y que estoy solo, que me ha ido muy mal en amores y que no importa si son ciertos sus cuatro hijos de padre diferente, ni tampoco si es puta –mi segunda esposa resultó serlo y seguimos tres meses luego de mi descubrimiento, así que estoy curado de espanto–, tampoco me importaría que hubiera pasado lo peor... bueno, mientras no esté muerta claro –mi depravación no llega a la necrofilia–, ni mucho menos me importará que no quiera verme… estoy acostumbrado a los ruegos amorosos tanto que cuando una mujer llega sola la rechazo... bueno, por favor díganle que la busco.
Ps. Como se me olvidó describirla ahí va: delgadísma, piel marmorea, dientes perfectamente bien puestos, boca pequeña, calza del tres y medio, ¿tiene el pelo crespo y largo?, ojos cafés sinchiste como los míos –pero en ella sí tienen chiste–, es risueña, amable, soñadora... bueno y se llama Deyanira Martínez Landa. Ahora mismo deberá tener unos treinta y poquitos. Así que por favor... ayúdenme, no sé qué hacer solo después de cuatro matrimonios, sin hijos, detestando a los perros y sepultada toda posibilidad de ser un gran escritor detrás de la mesa donde atiendo los asuntos de mi jefe: el director vitalicio del área artística de la universidad donde trabajo...

yo espero, gracias.
PS (2ª y última). Si no la conocen y, realmente, quieren ayudarme denle un forward y envíenla a todos sus conocidos... Eros se los pagará con orgasmos.

Mala memoria
Hans Magnus Enzensberger

En nuestros debates, compañeros,
tengo a veces la sensación
de que hemos olvidado algo.
No es el enemigo.
No es la línea de conducta.
No es el objetivo final.
No figura en el «Curso breve».
Si no lo hubiéramos sabido nunca
no habría lucha.
No me preguntéis qué es.
No sé cómo se llama.
Lo único que sé
es que hemos olvidado
lo más importante

Traducción de ©Felipe Boso; ©Visor, Alberto Corazón, Editor. Madrid, España, 1980