(Columna para Diario El Popular en Puebla)
Grabado de Pau Masiques para el libro "Amigos del otro lado" de María Luisa Anza. |
Martín Corona Alarcón
Dos escándalos llenaron
la última semana las redes sociales: la tesis plagiada de Peña Nieto y la
invitación de Yordi Rosado al Festival de las Letras de San Luis Potosí. Ambas
notas indignaron a la comunidad literaria e intelectual del país. Opiniones y
críticas, molestias y hasta una que otra justificación; sin embargo, casi nadie
habla del fantasma, del oculto, ese personaje del que toda chica se enamora
pero a ninguna se le ocurriría tomar como marido.
Y ambas notas son
del mismo tipo. Acaso no ha visto usted en bibliotecas, cafeterías y
universidades un personaje cuya espalda encorvada está sobre una computadora,
un cuaderno, libros a montones. Un personaje que todo el tiempo está
escribiendo, para quién no hay vacaciones, ni aguinaldos, ni trabajo estable,
ni familia, ni títulos como maestría o doctorado; la mayoría de las ocasiones
ni siquiera licenciatura. ¿Quién es?
Los hay de todo
tipo. Desde aspirantes a políticos que comienzan escribiendo discursos, hasta
escritores consagradísimos que exploran otras maneras de trabajar su escritura
y publicar con nombres falsos o usando a alguien real (como el argumento de
Mrs. Gwing de Baricco). Hay fantasmas en todos lados.
Esto mismo puede
estar siendo escrito por alguien muy diferente a quien firma, ya que el “autor”
está muy ocupado haciendo algo que genera el suficiente dinero como para
pagarle a quien escribe, edita e investiga.
Por supuesto que
el “fantasma” o “negro” sólo obedece órdenes, la idea original es del genio que
firma y dirige su ejecución. Pero aún no he definido exactamente a ese amanuense
de las ideas, a ese personaje cuyo oficio es escribir, realizar, traducir una
idea o un encargo específico a papel y que jamás verá su nombre publicado. Por
supuesto que es un trabajo pagado, no siempre muy bien pero siempre se gana
algo: una beca, un pase de pertenencia a cierto grupo social, un sueldo o, al
menos, el cariño o hasta la correspondencia pasional de alguien.
Cuando se hace
público que el presidente mexicano plagió un alto porcentaje de su tesis de licenciatura
muchos lo toman a broma, a cosa sin sentido, a ese grado está integrado el
trabajo de los “negros” o “fantasmas” en la academia. De hecho, todo escritor
que se precie de serlo en algún momento lo ha sido o lo es.
Cuando Yordi
Rosado, figura de televisión, es “invitado” al Festival de las Letras de San
Luis con un pago de más de 100 mil pesos se indigna la comunidad intelectual.
Lo mismo pasó con el éxito de ventas Germán Garmendia, creador del canal Hola
soy Germán en la Feria del Libro de Bogotá. Sin embargo, ni el señor Rosado, ni
Garmendia son escritores y, seguramente, son incapaces de redactar un par de
páginas con sentido y sin faltas de ortografía.
Entonces, ¿Por
qué las editoriales, ferias del libro y festivales enaltecen a figurines de la
tele y la política? Por una cuestión simple, la gente no compra un libro sólo
porque le interese su contenido, el público desde siempre consume personalidades,
busca el líder de la tribu, al cazador experimentado, a quien le signifique
algo.
O no les parece
sospechoso lo pesados y groseros que son muchos escritores. Bueno, el personaje
detrás de la persona es casi tan importante como el autor. Sin ese “personaje” cualquiera
podría ser autor de un libro, cualquiera podría ser artista o político. Y si
algo debe quedar claro a la masa es que ese es un privilegio de ser tocados por
los dioses. Y siendo honestos ese “toque” se llama ahora inversión económica
(en productos mainstream), apellidos (en aquellas familias que ostentan su título
de salvaguardas de la cultura y las artes) y para los esforzados una enorme
lista de licencias sociales entre las que se encuentra muchas veces convertirse
en “fantasma” o “negro”.
No nos sorprende
que los anaqueles literarios estén llenos de amanuenses de este tipo y, de
paso, también buena parte de los espacios académicos. Y más allá de la ética en
ello, hay casi una tradición de silencios y omisiones de la que somos parte porque
es una regla tácita para poder pertenecer. Lo alarmante es que la literatura y
la política se vean envueltas en este escándalo y que sus figuras referenciales
sean tachadas de algo negativo. Más que una filtración, es un síntoma del
cambio de referentes y maneras de hacer cultura en nuestro mundo.
Terminaré
lamentando la pérdida de Ignacio Padilla, de la generación del crack, un escritor
mexicano queridísimo por todos. Lo verdaderamente difícil es que él, mucho más
allá de figura siempre fue un gran escritor, así que las letras mexicanas han
perdido mucha obra al perder a este autor.