6/30/2012

Las televisoras, ¿un peligro para México?


Martín Corona Alarcón


La televisión es México. Construyeron con el cine y la televisión la identidad de una masa, de un enorme grupo social. Nos dan los códigos de conducta, nos dan la agenda del día, nos dan alimento y aliento. Nada somos sin ese lomismo cotidiano, sin las mismas telenovelas que generan nuestra idea de ser mujer-madre, hombre-cabrón, hijo-estúpido. Nada somos sin los hijos ingratos y las mamás sufridoras, sin ese absurdo esfuerzo por conservar la moral. Una moral absurdamente católica, una religiosidad sin sentido, basada en un mito incoherente de una cultura dominante y riquísima, impuesta mediante el genocidio.
Si apagáramos la televisión de hoy para siempre tendríamos que mirarnos las caras y ver en ellas la sombra de una máscara, un vacío completo, un recuerdo de otras generaciones que tenían sol y luna en la mirada.
Nuestros abuelos miraron el cine y la tele. Aprendieron a comportarse así, absorbieron la idea de un México campesino y progresista, absorbieron la idea de una Europa maravillosa y de ensueño, luego nuestros padres adoraron el rock y la música en inglés y adquirieron una necesidad de ser otros, de ser americanos, de ser ricos y hermosos, de ser como esos caucásicos de cualquier nacionalidad que han contribuido a que la banca judía inventara el dinero y se apropiara de occidente.
Y nosotros, que sumado en horas hemos pasado más tiempo frente a los monitores que con personas, que ya tenemos claro que el descanso es igual a enraizarse en un sofá o en un sillón, o desde la cama estar enchufados, inyectándonos imágenes, secuencias, contenidos disfrazados de diversión o entretenimiento.
No, gente. La televisión somos nosotros mismos. Si quitáramos del imaginario colectivo lo aprendido en los medios de comunicación ¿qué quedaría?
Imaginen un domingo sin futbol, sin películas, sin programa de concursos. Imaginen una navidad sin televisión, una reunión familiar sin ningún sitio donde callar todos, sin tema de conversación que no sea lo visto en el noticiero, el chisme del talento de alguna cadena, la película o la nueva canción de la radio.
La sociedad vive y sobrevive de esto, de imaginarios e imágenes. Somos y autenticamos con nuestros actos lo que creemos que somos. Primero alguien crea algo y busca una forma de hacerlo ver, luego lo miran muchos y creen que eso puede ser posible, lo reproducen y, al final, la sociedad entera se convierte en un calco de aquello. Las variantes son mínimas, el experimento desde hace mucho es exitoso: sociedades diseñadas con base en ideas, fórmulas e historias determinadas.
Y no sólo es la televisión, sino el radio, las estructuras de gobierno, las escuelas y todos los elementos de la vida cotidiana. Es decir, la creación de una cotidianidad. Y nadie se pregunta nunca nada, no hace falta interrogarnos sobre el origen de nuestras acciones, ni el por qué o cómo se estructuran nuestros pasos casi desde antes de nacer.
El empleado de una oficina no se interroga por qué o para qué tanto papeleo, lo hace, a menudo hace como que lo hace, a él le destinan un poco de dinero para su sobrevivencia, lo hará durante años y años hasta que el sistema lo deseche y lo convierta en una estatua viviente, en un ejemplo de la labor culminada para las nuevas generaciones.
Y todo se absorbe por los ojos, todo lo que pensamos alguien nos lo enseñó, lo vimos en televisión, lo copiamos de una película. Somos las historias que vemos, las que conocemos, en el mejor de los casos, las que leemos, aquellas que nos contó la familia cuando niños.
Entonces, cuando miro a la gente decir que tal o cual televisora no nos dice la verdad, simplemente sonrío, me quedo callado y observo. Miro cómo creen, tienen fe ciega, en que la televisión dice la verdad, debe decir la verdad, debe informar y formar a ellos y a sus hijos. Las cadenas de televisión, al igual que las grandes productoras de cine y música son grandes negocios, emporios gigantes del entretenimiento y del contenido, no les interesa nada más que preservar los sistemas sociales en el mismo sitio y seguir siendo poseedoras de mucha parte del dinero y el poder del mundo.
Si para ello necesitan falsear la realidad, eso no es importante, es ese su cometido. No, me equivoco, su cometido no es mentir, sino crear verdades, crear realidades y mundos completos para la sociedad y para cada uno de sus integrantes.
Y sí, al crear realidades para grupos sociales enormes genera comunidades y cohesión social, además de sentido de pertenencia entre otros factores muy positivos para las sociedades. Sin embargo, no lo hace para el crecimiento sino por cuestiones de poder y para preservar lo establecido.
Cuando en México se habla de la influencia mediática en las campañas, yo me pregunto qué fue primero si el huevo o la gallina, por qué primero trabajan fuertemente en difundir y fijar en la población la idea del voto y después pretenden manipularlo y llevarlo por un mismo rumbo. Pero no es tan simple, también generan controversias controladas, información e imágenes de grupos determinados hacia un lado o al otro. Los candidatos son tratados igual que “talento” de televisión, se habla de ellos de la misma forma que los programas de chismes, se copian esas estructuras asibles para la gente; mientras los discursos son un montón de lugares comunes, de promesas imposibles y posturas vacías.
Entonces, hablar de una sociedad similar al Mundo Feliz de Huxley no es nada alejado de la realidad de este momento histórico. La gente piensa lo que puede pensar y ordena su pensamiento mediante el “conocimiento” que posee y las herramientas que le fueron las impuestas con los medios de comunicación.
Es duro pensarlo seriamente, pero qué ocurriría si nuestros ordenes sociales no pasaran por los medios de comunicación, ¿podríamos volver a viejas formas de organización social? O ¿acaso aún se nos permitiría generar nuevas y diversas maneras de organizarnos en comunidad?
Dudo mucho que el mundo cambie pronto, sin embargo, detenernos a pensarlo un minuto, abrir los ojos a la realidad fuera de las pantallas, los cuadros, las imágenes puede ser por lo menos un atisbo a ver las cosas de maneras realmente diversas.