Martín Corona Alarcón
La televisión es México. Construyeron con
el cine y la televisión la identidad de una masa, de un enorme grupo social.
Nos dan los códigos de conducta, nos dan la agenda del día, nos dan alimento y
aliento. Nada somos sin ese lomismo cotidiano, sin las mismas telenovelas que generan
nuestra idea de ser mujer-madre, hombre-cabrón, hijo-estúpido. Nada somos sin
los hijos ingratos y las mamás sufridoras, sin ese absurdo esfuerzo por
conservar la moral. Una moral absurdamente católica, una religiosidad sin sentido,
basada en un mito incoherente de una cultura dominante y riquísima, impuesta
mediante el genocidio.
Si apagáramos la televisión de hoy para
siempre tendríamos que mirarnos las caras y ver en ellas la sombra de una
máscara, un vacío completo, un recuerdo de otras generaciones que tenían sol y
luna en la mirada.
Nuestros abuelos miraron el cine y la tele.
Aprendieron a comportarse así, absorbieron la idea de un México campesino y
progresista, absorbieron la idea de una Europa maravillosa y de ensueño, luego
nuestros padres adoraron el rock y la música en inglés y adquirieron una
necesidad de ser otros, de ser americanos, de ser ricos y hermosos, de ser como
esos caucásicos de cualquier nacionalidad que han contribuido a que la banca
judía inventara el dinero y se apropiara de occidente.
Y nosotros, que sumado en horas hemos
pasado más tiempo frente a los monitores que con personas, que ya tenemos claro
que el descanso es igual a enraizarse en un sofá o en un sillón, o desde la
cama estar enchufados, inyectándonos imágenes, secuencias, contenidos
disfrazados de diversión o entretenimiento.
No, gente. La televisión somos nosotros
mismos. Si quitáramos del imaginario colectivo lo aprendido en los medios de
comunicación ¿qué quedaría?
Imaginen un domingo sin futbol, sin
películas, sin programa de concursos. Imaginen una navidad sin televisión, una
reunión familiar sin ningún sitio donde callar todos, sin tema de conversación
que no sea lo visto en el noticiero, el chisme del talento de alguna cadena, la
película o la nueva canción de la radio.
La sociedad vive y sobrevive de esto, de
imaginarios e imágenes. Somos y autenticamos con nuestros actos lo que creemos
que somos. Primero alguien crea algo y busca una forma de hacerlo ver, luego lo
miran muchos y creen que eso puede ser posible, lo reproducen y, al final, la
sociedad entera se convierte en un calco de aquello. Las variantes son mínimas,
el experimento desde hace mucho es exitoso: sociedades diseñadas con base en
ideas, fórmulas e historias determinadas.
Y no sólo es la televisión, sino el radio,
las estructuras de gobierno, las escuelas y todos los elementos de la vida
cotidiana. Es decir, la creación de una cotidianidad. Y nadie se pregunta nunca
nada, no hace falta interrogarnos sobre el origen de nuestras acciones, ni el
por qué o cómo se estructuran nuestros pasos casi desde antes de nacer.
El empleado de una oficina no se interroga
por qué o para qué tanto papeleo, lo hace, a menudo hace como que lo hace, a él
le destinan un poco de dinero para su sobrevivencia, lo hará durante años y
años hasta que el sistema lo deseche y lo convierta en una estatua viviente, en
un ejemplo de la labor culminada para las nuevas generaciones.
Y todo se absorbe por los ojos, todo lo que
pensamos alguien nos lo enseñó, lo vimos en televisión, lo copiamos de una
película. Somos las historias que vemos, las que conocemos, en el mejor de los
casos, las que leemos, aquellas que nos contó la familia cuando niños.
Entonces, cuando miro a la gente decir que
tal o cual televisora no nos dice la verdad, simplemente sonrío, me quedo
callado y observo. Miro cómo creen, tienen fe ciega, en que la televisión dice
la verdad, debe decir la verdad, debe informar y formar a ellos y a sus hijos.
Las cadenas de televisión, al igual que las grandes productoras de cine y
música son grandes negocios, emporios gigantes del entretenimiento y del
contenido, no les interesa nada más que preservar los sistemas sociales en el
mismo sitio y seguir siendo poseedoras de mucha parte del dinero y el poder del
mundo.
Si para ello necesitan falsear la realidad,
eso no es importante, es ese su cometido. No, me equivoco, su cometido no es
mentir, sino crear verdades, crear realidades y mundos completos para la
sociedad y para cada uno de sus integrantes.
Y sí, al crear realidades para grupos
sociales enormes genera comunidades y cohesión social, además de sentido de
pertenencia entre otros factores muy positivos para las sociedades. Sin
embargo, no lo hace para el crecimiento sino por cuestiones de poder y para preservar
lo establecido.
Cuando en México se habla de la influencia
mediática en las campañas, yo me pregunto qué fue primero si el huevo o la
gallina, por qué primero trabajan fuertemente en difundir y fijar en la
población la idea del voto y después pretenden manipularlo y llevarlo por un
mismo rumbo. Pero no es tan simple, también generan controversias controladas,
información e imágenes de grupos determinados hacia un lado o al otro. Los
candidatos son tratados igual que “talento” de televisión, se habla de ellos de
la misma forma que los programas de chismes, se copian esas estructuras asibles
para la gente; mientras los discursos son un montón de lugares comunes, de
promesas imposibles y posturas vacías.
Entonces, hablar de una sociedad similar al
Mundo Feliz de Huxley no es nada alejado de la realidad de este momento
histórico. La gente piensa lo que puede pensar y ordena su pensamiento mediante
el “conocimiento” que posee y las herramientas que le fueron las impuestas con los
medios de comunicación.
Es duro pensarlo seriamente, pero qué ocurriría
si nuestros ordenes sociales no pasaran por los medios de comunicación,
¿podríamos volver a viejas formas de organización social? O ¿acaso aún se nos
permitiría generar nuevas y diversas maneras de organizarnos en comunidad?
Dudo mucho que el mundo cambie pronto, sin
embargo, detenernos a pensarlo un minuto, abrir los ojos a la realidad fuera de
las pantallas, los cuadros, las imágenes puede ser por lo menos un atisbo a ver
las cosas de maneras realmente diversas.
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