7/20/2004

Sueño

Mazatlán, ¿1998? 

Tardamos más de 10 horas en el autobús. Los noticieros alertaban de tormenta. Una ciudad de puerto con su calidez húmeda y salitroza, de aire limpio. Dos chicas nos esperaban con pancartas. Nos subieron a una "pulmonìa" y nos mandaron al "aguaje".
Gente: extraños, divertidos, curiosos, interesantes, raros, inteligentes, disfrutar el conocer la cerveza Pacífico.
J.J.R. ofreció la conferencia de prensa. Risas. Un chico de 17 años se acercaba a charlar: "amigo", nos llamaba a casi todos.
En un autobús viejo íbamos a cenar a un restaurante a la orilla del mar.
Bajamos, un par de calles antes el "amigo" confezó: sabes, amigo, que pues nunca he visto el mar, es que pues yo soy del distrito y pues no sé, pero nunca lo he visto y ahorita nos llevan para allá, ¿no? Y pues yo tengo muchas ganas de conocer el mar..."
No había entrado el primero de nosotros al lugar cuando el amigo se quitó sus zapatos bostonianos cafés, metió sus calcetines en ellos, arremangó sus pantalones y comenzó a correr por la orilla húmeda, dejando que las olas le mojaran por momentos las rodillas.
Pero esto fue sólo un trazo del atisbo a la verdadera magia de aquel encuentro de aprendicez.
La fiesta del miércoles noche estaba planeada en la playa del hotel. La entrada serían "dos seis, beban o no beban". Veníamos de la complicidad entre las sillas, el nerviosismo de mostrar los trucos de aprendizes presentados como magia verdadera, las burlas francas en algunos casos, la silente admiración en otros, el agrupamiento espontaneo, los flirteos, era necesario hacerlo.
La noche comenzó abriendo latas. El "amigo", quien no paró nunca su cantaleta, argumentaba con seguridad: "no, amigo, yo no tomo cerveza, amigo M. porque no tomo, una vez sí tomé y me gustó, porque tomé la bodca, porque la bodca me gustó porque no sabe fea y porque no me gusta la cerveza, pero amigo M. ven, vamos acá a la cantina, ahí venden la bodca, te invito una bodca. Pero tú la pides, porque como ves que yo no tomo..."
A la tercera bodca comenzó a abrir latas, cheves, chelas, birras. Algunos caminaron hasta el bora bora, otros charlábamos y cantábamos. De pronto, alguien recordó al amigo en medio de carcajadas.
El adolescente aprendiz de mago estaba muy borracho. Tirado en cuatro patas, mojado por las olas, con una mezcla de ironía, tierna felicidad y un lúdico recurso generar el inicio de la verdadera magia, gritaba: "amigoooos, amigoooooos, ayúdenme, ayúdenme, me comen los ostiooones, ayúdenme amigos, me comen los ostiones".
No se hizo esperar la carcajada.
No recuerdo en qué acabo aquella noche.


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