"En un bosque de la China, la chinita se perdió.
Como yo andaba perdido nos encontramos los dos.
Era de noche y la chinita, tenìa miedo,
miedo tenía de estar solita.
Andubo un rato y se sentó,
junto a la China, junto a la China,
me senté yo."
Las chicas orientales, pequeñas, cuyos senos caben en una mano, de piel amarilla y rasgos de nostalgia infantil (imposible desvincular la imagen de las caricaturas), cobran un encanto especial en el erotismo del siglo XXI.
Shangai Baby de Wei Hui me tomó por sopresa en Gandhi Colorines de Xalapa, no me atreví a preguntarle a Faustino, a veces mis frivolidades son excesivas. Lo compré junto con algo de Fukuyama.
La pequeña chica china, convencida de ser tocada por algo para escribir, lograrlo y encima ser traducida a varios idiomas y, por si fuera poco, estar siendo leìda en castellano menos de 5 años luego de su publicación original; seguro tiene un ego tan grande... Hermosísima no me parece, cachonda, rica, sabrosa, en fin que no me parece mal, los flirteos y juegos que consigna en su libro no sé pero me parecen chabacanos, sencillos, poco transgresores en realidad.
Entonce, ¿por qué terminé de leerla? Simple y llanamente porque no está nada mal, las novelas juveniles tienen un encanto, una frescura inocente que puede malinterpretarse a estupidez, sin emabrgo, lo cierto es que Bartleby probablemente vuelva ser enemigo, por fin estoy tirando letritas.
Recuerdo cuando leí a José Agustín a los 12 años, luego de su lectura decidí dedicarme a escribir. "Si él puede, por qué yo no". Algo semejante me ha ocurrido con la china.
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