10/03/2010
encuentro
Desayunábamos en el hotel.
Junto a nuestra mesa, cuatro extranjeros hablaban, murmuraban, se pedían sendas rodas de wisky. Nosotros jugábamos videojuegos en los teléfonos celulares.
Uno de ellos se acercó a preguntarnos si no nos parecía que seguir tocando, escuchando, haciendo homenajes a los Beatles era una estupidez. Le respondí que sí, que a mí nunca me han gustado y que me parecen sobrevaluados.
Desconcertado, preguntó si nosotros no éramos parte del homenaje. Sonriendo, le explicamos lo que hacemos.
Se sentó a la mesa y comenzó a cuestionarnos. Antes de continuar con su monólogo y sus preguntas que no nos dejaba responder, dijo ser del sitio aquel de cuyos habitantes hacen chistes. Y la mesa completa soltó la carcajada, no me importa en realidad, dijo consternado.
Cuestionó todo, la forma de vida, nuestros ideales al dedicarnos a contar historias, si éramos o no simples piezas del sistema, si queríamos hacer la revolución. Es absurdo, pensé. No queremos hacer ninguna revolución, no pretendemos ser diferentes, sólo andamos haciendo lo que amamos hacer. Y sí, es duro, increíble, pero no lo hacemos por dinero, ni por gloria, ni para ganar un mundo, sino sólo porque este mundo unívoco nos parece sin sabor y alguito absurdo.
Claro que como buen conquitador de quinta o sexta generación comenzó preguntándonos si creíamos que los humanos somos buenos o malos. Claro que no, hay circunstancias y decisiones. Pero mejor no detenerse en "pequeñeces".
Nos invito un "chupito" y salimos corriendo a una función en la feria del libro. El amigo español resultó ser el dueño del hotel... A mí me vino de maravilla el encuentro, pensar en cómo se ven estos tipos extraños, sonrientes, tranquilos andando nomás en un mundo como éste.
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