Si te acercas a este texto pensando que hablaré del libro o
el autor,
que haré una semblanza que te sirva para la clase o para tu tesis.
Atrás
aventurado internauta, desiste de tu empeño.
Narraré una serie de eventos afortunados
que me hacen hoy
tener en las manos un ejemplar nuevo de este libro
en su
versión al castellano aquí en México y concluiré
haciendo pública una promesa
personal.
Si aún así, decides adentrarte a los devrayes ególatras
de este
cuentero, pasa sin tocar.
La noticia de una traducción al castellano de los nuevos
cuentos de Benni me llegó a Facebook junto con un adelanto del primer cuento:
Papá en televisión. Como siempre quedé fascinado por la rapidez y locura de esa
narrativa. Así que me dispuse a buscar el libro. Primero en librerías, pregunté
en algunas, busqué vía internet en otras y todas coincidían en lo mismo:
“tenemos otros títulos de la colección, pero ese no nos llegó”. O alguna
variante estilo: “me aparece en el sistema, pero no hay físicamente en ninguna
de nuestras sucursales”. Y así la búsqueda en librerías mexicanas, de mi
región, de otras y el consabido consejo de los amigos: “cómpralo por internet,
en amazon o en… esta, ¿cómo se llama?” Y cuando les preguntaba si alguien había
comprado libros por alguna de esas páginas la respuesta siempre fue la misma:
“no, pero dicen que…”
Y entonces vino un viaje a Argentina. Calle Corrientes con
sus largas calles repletas de tiendas de libros, con su oferta gigante de
alteros de libros baratísimo, otro en descuento, otro más de libro usado a
precios razonables y las enormes librerías nuevas con ese aire europeo que le
vuelan la cabeza a propios y extraños. Busqué y busqué nada, ni en los nuevos,
ni en los usados, ni mucho menos en los saldos hubo nada. Eso sí aproveché para
conseguir algunos título de César Aira en Beatriz Viterbo, compré alguna que
otra rareza como La historia de una Vaca o la leyenda de un luchador argentino
narrada por su nieto. Muchas historias delirantes y divertidas. Pero del corrosivo
humor de Benni, nada.
Pasamos prácticamente un día recorriendo Corrientes y sus
alrededores, comimos ñoquis con salsa, supremas, milanesas y ensaladas de dos
rebanadas de tomate, dos hojas de rúcula y algo de lechuga, bebimos el único
café que se parece al de México allá, el de esas cadenas mundiales que en
cualquier sitio hacen que sientas un poquitín menos de nostalgia y cuando todo comenzaba a cerrar, cuando los
letreros del metro encendieron, mis acompañantes agotaron su paciencia ante el
dolor de pies y el frío calahuesos del agosto bonaerense.
“Sólo un par de librerías más, sólo esta calle y ya
volvemos”. Las chicas desistieron y se quedaron sentadas en alguna cafetería,
tomando un expreso en jarrito con su dosis de agua mineral. Yo no entendía por
qué la literatura me hacía esta mala pasada. Buscar La última lágrima en
México, en Argentina y no hallarla. Las últimas horas pensé, creí que los
muchachos de Lengua de Trapo habían colocado el nombre sólo por no dejar, que
habían hecho un tiraje de 10 ejemplares para decir que el libro salió y que
procedieron a su trituración inmediatamente después de la rueda de prensa y
presentación del ejemplar. Estaba muy molesto.
La última librería era más como un bazar, con viejísimos
ejemplares de Losada, Austral y primeras ediciones de sellos bastante extraños.
Creí todo perdido cuando le pregunté al dueño, ni siquiera me respondió, alzó
la mirada de la pequeña pantalla que miraba mientras chupaba su pucho una y
otra vez. El gordo no me entendió o, como muchos vendedores, hizo que no me
escuchaba ante mi facha de migrante
boliviano o paraguayo.
Volvía con los hombros caídos y molesto, muy molesto, cuando
mi acompañante me dijo: “mira, acá hay unos libros en italiano”.
Voltee y lo vi. Ahí estaba en la edición económica de
Feltrinelli: “L´Ultima Lacrima”. Abrí el libro para constatar que iniciara el
cuento que conocía, descubrí que algunas cosas en italiano comprendía (benditos
semestres que repetí en la universidad por amenazar al hijo del profe de
latín). Y luego, chequé cómo estaba subrayado, tenía marcas de haber sido usado
para alguna clase de traducción, palabras con su correspondiente en
castellano-argentino, marcas sólo en un relato. No lo pensé y lo compré. El
precio fue bajísimo pero levantó mi ánimo, si no podía tener la traducción, la
haría yo mismo.
Regresé a casa de nuestra anfitriona con el ánimo
contrariado. Hallé el libro, existía el original, lo tenía en las manos, pero
no en castellano. El esfuerzo sería grande y había que comenzar ya mismo.
Trate de entender cada cuento, pero entre el cansancio, el
frío y toda la gira de cuenta cuentos que se avecinaba me venció el cansancio y
lo dejé para la vuelta a México. Así pasaron los días, entre escuelas,
bibliotecas, viajes al sur y al norte de aquel enorme país. Una semana antes de
volver, mientras esperaba que nuestra anfitriona terminara de dictar su taller
de Narración Oral en la biblioteca de Morón salí a checar las librerías
cercanas, una de descuentos que ya me había aprendido de memoria y otra, en la
cual se juntan libros nuevos con usados. Busqué cómo siempre en los apellidos
de los autores que me interesan y, simplemente, ahí estaba.
Mojado, casi desprendidas algunas páginas, con restos de
moho, algo apestoso y con el lomo hinchado y torcido. Era el libro que había
buscado por tantas librerías, en los anaqueles de segunda mano. Lo tomé con
incredulidad y no lo solté, no lo solté para nada hasta que llegué a pagarlo en
caja. Fue baratísimo.
Corrí a contarle a mis compañeros. Con la emoción creyeron
que nuevamente la gendarmería me había pedido mis documentos, la pinta de indio
americano en Argentina es casi un delito. Pero no, lo vieron con cierta
incredulidad, ¿cómo lo conseguiste? Preguntaron y me deleité volviendo a contar
esta historia.
Fue el mismo viaje en que me tomé al escritor César Aira en
Plaza Rivadavia, dos días antes de que volara a México. El viaje que me llevó a
recorrer mucho del país, un viaje maravilloso sin duda.
Un par de años más tarde me encontré ese mismo libro en
México, en la Librería Rosario Casellanos. Estuve a punto de comprarlo, pero
era carísimo. Desistí a cambio de algunos álbumes ilustrado y alguna que otra cosa.
La obra de Stefano Benni no llega a México, los ejemplares
que te toparás son de La cofradía de los Celestinos en Ciruela, últimamente su
versión narrada para chicos del Cyrano y ya. Las novelas que editó Norma en
Colombia aparecieron y se esfumaron de las librerías. Quizá Terra en alguna
edición antigua, pero no más. Sus cuentos de El Bar en Fondo del Mar llegaron
en la colección de Seis Barral baratísimos, se vendieron y desaparecieron para
siempre.
Y lo entiendo, es un escritor irónico, duro, pasa de ser
cómico a hacer retratos durísimos que ofenden a la ideología mexicana o,
simplemente, caen en ese tipo de confesiones que la idea latinoamericana del
mundo hace como que no pasan. Su manera de mostrar una sociedad estratificada y
estúpida no le viene bien al lector común. Alguna vez, cuando trabajaba en
librería, compartí mi gusto por Benni con críticos literarios, cuenta cuentos,
otros escritores y su respuesta fue siempre la misma: “no entro, no me gusta”.
Quizá no estamos acostumbrados a leer cosas que nos
inquietan en verdad. Lo cierto es que lo conocí por Caterina Camastra, gran
amiga y gran lectora. Ella vino muy joven a México, a estudiar, a conocer y se
enamoró para siempre de este país.
Ante tal ausencia de libros de Benni, una tarde compré un
ejemplar de La última lágrima en Mercado Libre. Llegó muy bien, casi nuevo el
ejemplar y… vaya sorpresa. Era el mismo ejemplar que había estado expuesto en
la Rosario Castellanos.
Lo sé porque conserva la misma etiqueta que había visto con
el precio un par de años antes. Lo sé porque en mis frecuentes visitas a
librerías busco siempre a mis autores favoritos y no lo vi antes por ningún
lado. Así que tengo dos ejemplares y ahora busco otro ejemplar de mi deshojado
“El bar en el fondo del mar”.
Y para cerrar deberé decir que no hay cariño sin
correspondencia ni viceversa y aunque no hablo ni escribo el italiano, sé que
Benni me ha respondido algún que otro comentario por Facebook y aunque sus
editores o quizá el mismo se escandalice cuando lea esto, haré un espectáculo
para jóvenes y adultos con sus cuentos. Algunos de ellos ya los contaba para
niños antes y, ahora, llevaré estos
delirios, esta visión diversa y contestataria de un mundo unívoco y absurdo a
los oídos de muchas personas que aún no saben el gusto que tendrán por una
literatura diversa y nada insípida.
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