De la prensa y las redes
Martín Corona A.
Fue en 2003, cuando llegué a vivir en otra ciudad y mis
esperanzas de trabajar en un periódico muy prestigioso se cayeron de un golpe: “mi
contacto ya no trabaja ahí”, dijo la amiga que me ayudaría.
Entonces busqué en todas partes, lo que fuera, mi pareja volvería
pronto y sin trabajo ella, ni trabajo yo, pues no había modo.
La presión crecía y en la casa donde me recibieron mis
amigos periodistas la cosa estaba cada vez más tensa, un par de semanas está
bien pero ya era más que eso. Acepté que me “ayudara” mi amiga y consiguió que
me recibiera el director de un periódico, me dieron trabajo como caricaturista
con photoshop. Se trataba de hacer sátira política con collages y globitos. Fue
una labor divertida, iba al periódico, entregaba y regresaba a casa, que me
quedaba a tres calles. Así que todo fluía maravillosamente.
Hasta que comencé a cubrir las giras del gobernador, tenía
toda la libertad necesaria de escribir lo que quisiera, total que después editaría
el reportero que firmaba, para que saliera en un buen sitio del periódico. A mí
me pagaban lo mismo y tampoco tenía muchas ganas de destacar o convertirme en…
entonces comencé a escribir reportajes especiales. Mi perfil lumpen, ser como
cualquier otro, me permitió platicar con vendedores de pizza, albañiles,
huelguistas y hasta vendedores de juguetes sexuales. Recuerdo con mucha alegría
esos textos, aquella aventura.
Entonces vinieron las “investigaciones especiales”, los
reportajes donde hubo que buscar ambas partes, denunciar situaciones
complicadas tanto del gobierno como de algunas empresas y esos reportajes
comenzaron a quedarse guardados para publicarse la otra semana, en el fin de
semana, para otra ocasión, hay que buscar el momento... Así que cuando se
publicaron llegaron un par de amenazas a mi correo. “Nada de qué preocuparse”,
me dijo el director del diario, vete de vacaciones un mes. “No te preocupes, te
seguiremos depositando”.
En tanto pude ver de lejos aquello: ya estaba en la mesa con
jóvenes políticos cuya carrera me pedían apuntalar, la amistad con gente de
muchos tipos, las pláticas de café y las cervezas para ganar confianza. Todos
sabemos algo que puede incomodar a otros y, a veces, nos conviene decírselo a
quienes pueden hacerlo público. El esquema es muy sencillo en realidad.
Y pasó el mes y de nada sirvió aquella distancia. Caí en
cuenta del juego: para que exista un periódico hacen falta muchas partes, pero
la esencial, la medular no es precisamente la información, ni lo que se dice. Y
para que eso ocurra hay muchas partes, una inversión para tener secciones, para
mostrar diferentes cosas sin importancia, como una enorme envoltura para un
solo regalo. Así que decidí dejar el periodismo, nada valía mi calma, mi
tranquilidad y, al menos en mi experiencia, no había nada por hacer, nada qué
decir ni qué defender.
Eso pasó hace más de diez años y si bien volví al viejo
vicio de escribir en prensa, ya no lo hice más de la misma manera. Alguna
historia para chicos, alguna nota especial para promocionar mis eventos o los
de mis amigos. Pero nada más.
Y a la luz de todo lo que pasa hoy con la prensa, con la
investigación, con el “chayote” y con lo fácil que resulta a un poderoso callar
y callarte, con lo que no se ve ni se dice de la prensa, ni de los juegos de
creación de realidades me queda claro que mi decisión fue la correcta, al menos
para mí.
Hoy todo ha cambiado, no es necesario que el director,
editor o dueño de un medio impreso, radiofónico o televisado acepte o no la
nota. Con la internet, las redes sociales o los blogs son muchas veces los
mismos reporteros quienes habilitan la información hacia toda la gente y eso
justamente los pone en un gran riesgo.
Comencé haciendo prensa cultural en Veracruz, hace casi
veinte años, por ello aún siento cercanía y estoy convencido de lo complejo de
las situaciones, de los muchísimos factores a tomar en cuenta; sin embargo, me
parece que saber algo que perjudica al poderoso es delicado, pero hacerlo público
o usarlo para los propios fines o de un grupo en busca del poder es mucho más
que peligroso.
Tengo claro todo lo dicho por Umberto Eco en su libro
“Número Cero”, que curiosamente después de estar en las mesas de novedades de
las librerías, ahora con suerte lo hallas escondido entre los libreros. Y la
anécdota base del libro es el asesinato de un periodista de investigación que
se iba acercando a desenmascarar un hecho histórico esencial para la Italia
contemporánea. No puedo dejar de pensar que los reporteros caídos, al igual que
el personaje de ficción, se acercaron demasiado a esa información que el 99% de
la gente da por sentado que es de cierto modo y, la realidad completa, no
toleraría que no fuese así.
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