12/24/2006

La ciudad despierta hoy con excesiva parsimonia. Es el primer día de vacaciones. Ha disminuido al mínimo la cantidad de autos en las avenidas. En las callejuelas angostas del centro de X., apenas dos o tres autos yacen estacionados. A un lado de un modelo reciente, austero en color negro, espera sentado en el quicio de la banqueta un hombre joven. Suena su teléfono celular y con ansiedad lo saca de su bolsillo y responde:
—Soy el corazón del laberinto,
cada mirada,
cada sonrisa,
cada paso,
abreva
camino.
En el centro de mí,
roca volcánica,
late el golpe de una gota
destrozada.
Cada una de sus minúsculas partes es un camino de mi identidad de laberinto.

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