Oda sobre la melancolía
John Keats
I
No, no, no te dirijas al Leteo ni exprimas
El arraigado acónito de jugo venenoso;
no dejes que en la frente macilenta te bese
la belladona, uva roja de Proserpina;
no te hagas un rosario con las bayas del tejo,
ni conviertas tu lúgubre Psique en escarabajo
o en tétrica falena, y que no te acompañe
la suave lechuza en tu culto al pesar,
pues, sombra entre sombra, caerán con su letargo,
sofocando la insomne zozobra de tu alma.
II
Mas cuando el arrebato melancólico caiga
del cielo, de repente, como nube llorosa
que alimenta a las flores decaídas y oculta
la colina florida en un sudario de Abril,
sacia entonces tu pena con rosas matutinas,
o con el arco iris de una ola en la arena,
o con la exuberancia de redondas peonías;
o si tu amada muestra un enfado ostentoso,
aprisiona su mano y deja que delire,
y aliméntate a fondo de sus ojos sin par.
III
Con la Belleza vive, que es mortal, con la Dicha,
que está constantemente con la mano en los labios
despidiéndose, y cerca del Placer doloroso,
que se torna en veneno cuando liba la abeja.
¡Ah!, y en el mismo templo del Goce la velada
melancolía tiene su santuario supremo,
que sólo ve el que estalla las uvas de la Dicha
en fino paladar con lengua vigorosa:
saboreará su alma esa fuerza afligida,
y penderá entre aquellos trofeos nebulosos.
Trad. Alejandro Valero. Ed. Hiperion.
7/16/2007
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