No sé si todos, pero yo al menos recuerdo los domingos de fiesta en casa de mis primos. Incluso la maldición de la piñata de olla de barro que descalabraban a los niños, el palo que al romperse salía volando y hasta una vez le sacó sangre a una señora. Pero lo mejor era siempre la libertad de los primos para jugar, para estar creando nuestros propios universos, lejos de los adultos que a su vez se entretenían en sus juegos bailoteando cumbia, chunchaca y todo lo bailable que hallaran en sus acetatos.
Niño asmático al fin, los cuidados de mamá no me dejaban ni un ratito. Por eso el grupo de chiquillos me servía de protección, de libre delirio infantil que me permitía retar a la tos y correr en la lluvia hasta quedar empapado.
Sí, el asma posterior era inevitable, sí, mamá perdía la calma y los regaños y los gritos y de pequeño amanecer con asma y quizá hasta hecho pipí. Pero mojarse bajo la lluvia en el juego de loca libertad, competir a ver quien puede correr bajo el agua sin mojarse, jugar para sentirse vivo. Esa sensación de vida que a menudo olvidamos a cambio del absurdo juego social.
8/26/2012
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