6/02/2003



Antes de las 10 est�bamos llegando al pueblo, San Jer�nimo, mientras ella se asombraba de ver un pueblo tan autosuficiente dentro de la ciudad, yo le indicaba el camino para llegar a la casa.
Fuimos recibidos con la sonrisas de Yizzar, Zuleyja y Karime. El horno estaba ya prendido, sin embargo, Yizzar nos iba explicando la manera c�mo lo iban subiendo, es decir, deb�a alcanzar los mil cien grados, pero demanera lenta, para que las piezas tomaran textura, color, se fueran cociendo poco a poco y, al final, les vacir�n sal para darles un acabado.
El horno segu�a rojo, pero fue hasta la llegada de los dem�s ceramistas y otros amigos que comenz� esa extra�a mezcla de fiesta y trabajo. Por una parte la cerveza y las ensaladas, comida y bebida, por otra, en el patio, el horno ardiendo, mientras montones de madera deb�an ser atados para luego echarse en el horno. Cada media hora, Yizzar nos convocaba, se abr�a con cautela la boca del horno, mientras sacaba enormes llamaradas, uno se acercaba de lado y aventaba la madera. Miles de chispas rojas sal�an a perderse, el siguiente hallaba la manera y segu�a la misma operaci�n.
Casi en silencio, descargando a rachas los montones de madera, euf�ricos en ese rito al fuego, atando, moviendo, cargando, ayudando a lograr unas piezas de qui�n sabe qui�n, que qui�n sabe c�mo saldr�an. Tuvimos que salir temprano de ah�, pero pese al humo y las manchas de tizne, me sent� contento, en el principio de cierta liberaci�n. Lo tribal funciona en nuestras sociedades, somos eso aunque tratemos de negarlo.

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