11/11/2003

De Presiones

(Fabiola hoy retrató la constante absurda en mis textos: ella imposible. He aquí una diarrea de hace diez años, donde la Feladora sorbió con su pucha insípida... mera antropología)



Por Martín Corona
I.
Mínima canción.
Y me escondo. Y me tiro. Y escribo porque nadie puede escucharme, porque masturbarme es más placentero que una insípida vagina que absorbe y goza individual. Caer es el sinónimo de la vida. Caer al pasto y mirar al cielo buscando a Dios que no existe. Las araucarias parecen arañas o moluscos que tienen hijos-gusanos. Más arriba está “el sol como otra araña...” quizá más allá del dios que no existe. “Daré mi vida a los demás y lloraré con mi pasión como un niño abandonado en un cuento que se borró. Lorca era un puto miedoso y yo... yo soy otro miedoso aún no tan puto que ve cómo la vida va borrándolo, va diluyendo a su niño, “grotesco y sin solución, con tristeza de Cyrano y de Quijote, redentor de imposibles infinitos con el ritmo del reloj”. No haré nada, me quedaré aquí, al pie de la arboleda a esperar que ellas intenten devorarme, comerme, que me lleven en fragmentos, muy lejos. Tampoco quiero besar los labios de sus vaginas, ni besarlos a ellos, todos insectos. Yo iría llorando por la calle, pero desde hace mucho no puedo llorar, es largo el cuento.
II.
Historia de marcianos
Trata de un idiota que embarazó a su linda noviecita-amor-eterno (Feladora). Él, el estúpido, le pidió que abortara, ella, como creyente sólo esperaba “una palabra tuya bastará para sanarme” de la gravidez. Corriendo fue, vio los pedazos de universo que salían de ella. Me platicó que eran rojos y gelatinosos, una especie de lágrimas de virgen pueblerina, de milagrosa residente del mundo muerto de dios. El muy pendejo lloró, todos le cantaban “llora y llora y mueve sus manitas”, pero ahora, ni siquiera lo contenta salir a pasear solo los domingos. Solo ahora, porque antes siempre lo hacía con ella, de la mano, del brazo o agarrándole el sexo, mientras la gente disimulaba no verlos. El pendejo en aquel entonces se llamaba Cunilingüis y a ella le gustaba, pero no quería aceptarlo, más gozaba siendo Feladora: “con maestría en el manejo de las glándulas salivales hacía brotar la blancura del manto divino del tronco aquel. Evitaba profanarlo con saliva, por lo que, cuando el líquido transparente comenzaba a ser espeso, salado y ácido, frotaba el Tótem con piernas, manos, pechos, nalgas y todo, hasta que le ardía el Dios espeso que marcaba su piel”.
Ahora Cunilingüis ya no porta ninguna etiqueta, camina sin nombre sobre la nada, soñando que vuela y masturbándose con las alas de una mosca, oculto tras el balcón, viendo a “las niñas de los jardines que me dicen todas adiós cuando paso”. Sin embargo, intentó, realmente lo hizo, probar de nuevo tener nombre, existir bajo otra piel, ser alguien realmente, claro, bajo el concepto que aprendió. Camina, vuela y navega en un mar de nada donde no hay arena, ni agua, ni vida, una especie de creación fantástica digna solamente de Michael Ende o el mismísimo Borges. Estúpidamente busca islotes en su nada, y sólo encuentra pedazos de la tela en la que estuvo pintado, algunos colores como hazes se le enfrentan y lo retan, pero nunca acepta el reto de un solo color. Lejos de volver a pintar, a pintarse, huye del azul del cielo y del mar, escudándose desnudo y erecto en el tejado de la oscura noche buscando las braga del fetiche que no desea y lo peor... que ya no le satisfacen. Ahora se evapora en cigarrillos y alcohol, juega a ser feliz gritándolo a la cara de todos. “Soy feliz soy un hombre feliz y quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad” la tonada es lúgubre y mortuoria, digna de escribirse en la partitura del epitafio de Werther, el suicida mayor. Hoy quiere creer su tesis barata: “el suicidio es una enfermedad con la que se nace” (Citar textual)... un gran dejo e inconformidad con el que se vive. Dormir resulta la única esperanza de existencia, con su poderío de Hacer-Ser; pero ya están cansados de dormir los ojos cuando atisba el solo de primavera. Conoció el sol desde la infancia, en las caricaturas, veía como los mamíferos peludos salían de sus cuevas a ser apuntados por los fusiles. Ahí comprendió que salir de una es meterse a otra peor, y con a reflexión vuelve el miedo y vuelve también la pendeja esperanza. Ahora calla y sigue escribiendo, porque cree no ser tan malo escupiendo signos, desperdiciando grafito y pintura sobre telas oscuras, dedicadas a su vida, a lo que posee (?), tan distinto a lo que desea. También saba que no puede cambiar, que no le cuesta pintar retratos de mujeres desnudas, conoce tan a fondo su anatomía, su forma externa que se lograrán tomándolas de modelo. Pero pintar, volar y escribir no le importan, son instintos naturales que no le sirven, que no desea explotar. Él quiere, sólo eso: quiere.


III.
“Todos buscamos a alguien... aun sin darnos cuenta”
Lo sabe por las tardes cuando toma el autobús, la combi o va en un auto –configurando un futuro borroneado. Los coches forman una interminable fila de soldados con uniforme de lata, fibracel y plástico, grandes y pequeños, como ellas que caminan moviendo las nalgas y mostrando una estúpida sonrisa digna de los mejores cuadros de Leonardo. Busca dentro de los autos a una de ellas –cualquiera-, cuando la encuentra –piel blanca, delgada, pelo largo y negro, al frente del volante y fumando- finge una erección, sueña de golpe con que el auto choca dentro de un paso a desnivel, ahí bajan todos de sus soldados de lata, muchos se han herido el cráneo con el golpe en el parabrisas. Ella está inconsciente y nadie le atiende, entonces el hoy nada se coloca con lápiz la frase “eoréH”, al revés porque lo hizo con ayuda del espejo. La saca, limpia su cara y vuelve a decir –como siempre-: “Pero es muy linda, tan linda...” La lleva al hospital agarrando su mano delgada, pálida. Llega a su cabeza la idea de que está muerta. Tiembla un poco y pide a los socorristas que le repitan una y otra vez “se pondrá bien”. La misma tarde, le compra con todo su sueldo un camión de rosas rojas que vacía en el cuarto compartido del hospital que ya no huele a muerte sino a rosas vivas. Antes que las flores marchiten, ella sale agradecida, ansiosa de verlo. Héroe –antes Nada- descubre que sus ojos son más lindos que luceros y sus labios tan bellos como los de la luna. No se atreve a tocarla y ella le invita a su casa. Se llama... Idilio, vive sola, toca el piano magistralmente y ahora, después de haberla salvado, le confirma que lo ama. Héroe sale corriendo a la calle y vuelve a ver los autos y las caras y busca ya no su idilio –ya la tiene- necesita alguien a quien decirle, alguien a quien gritarle que la halló y que Feladora está muerta y en el olvido “jamás existió” –parece decirla su cabeza adrenalínica-. Pero el auto se detiene y ahora él es de nuevo Nada, Héroe sólo existió en el sueño dentro del túnel. Nada tiene que checar tarjeta en el trabajo, sus manos tiemblan un poco, firma y abandona corriendo el edificio, está harto de todo, quiere andar como un demente sobre los parques y gritar “¿Dónde estás?” Idilio no responde, no existe. En vez de ella, -del idilio que busca por las calles- en su casa le espera Arte, ella casi siempre se deja besar y le hace felaciones obscenas y grotescas, solo que lejos, cuando camina o va en el camión, Arte parece no existir, parece que es sólo un sueño.

IV.
Caminando por la calle se le presenta Buenísima-Idilio con cara de verdad (Veridilio, porque es de carne –mucha- y de fluidos –apestosos-) y con un voraz apetito por devorar la nada, según Ende sería Fantasía. Regresa como tarde tras tarde al mismo bar, luego de algunas cervezas comprende que Nada (él mismo) y Veridilio no existen en el mismo plano: uno es una mancha en un Picasso y el otro nada. Nada está cansado, muy cansado y prefiere intentar, una vez más, romper con la maldición del llanto. Luego, en la ebriedad, se sumerge en las cloacas de una biblioteca, acto seguido toma el libro 9 colección del arte y mira a Ilusión en la página 291. Es ella. No le importa que halla sido pintada ¿imaginada? ¿creada? Imposible que el estúpido de Eduard Munch halla “creado” a la mujer Ilusión de Nada, con la que convive a diario en sueños, tan parecida a Feladora que Ilusión (“Pubertad” según Munch) es sólo la hiperbelleza de Feladora. Sentada al borde de la cama con esa expresión de molestia, con sus senos al descubierto y tapando con las piernas su sexo en una atmósfera umbría. Lo hace temblar tanto como antaño, sólo que ahora no se erecta el pino, el sauce, sino que es llorón el pesar que se excita y aflora. El pelo es tan largo que podría cubrir sus nalgas y ella, pequeña, delgada, es Ilusión, es Feladora, es Pubertad. Antes de salir del subterráneo, ve a alguien que podría ser Ilusión, con su figura esbelta y piel pálida, pelo rizado (¡castaño!). Sí es, la vio bajar apresurada por la escalera de caracol, no le dirigió la mirada, pero Nada recuerda haberla visto antes ¿es un sueño? ¿En el mismo sitio? Para qué seguir divagando, si ella –la que bien pudiera ser Ilusión- abandonó el lugar sin ser seguida por otra y otra y miles y cientos de Ilusiones que caminan por el mundo. Sale Nada cada vez más nada a seguir buscando. Toma otro carro, el mismo sueño loco de Idilio, con la variante que ahora Ilusión era morena y usaba un vestido corto, mostrando dos enormes frutos que guindaban del árbol de mitad del paraíso. Camina tranquilo y despreocupado, la tarde comienza a caer y busca a Idilio en cada Ella que se le presenta de frente. Compra dos lápices, pinceles y colores. “¿Amarillo?” preguntó la nueva Idilio de la tienda. Una chica de no más de veinte que perfectamente hidrocarburado el rostro, deja la sonrisa pintada en el recuerdo como música disco. Nada compra veinte, cien postales de cuadros preferidos por Idilio-hidrocarburo y se las regala, ella argumenta tener novio, pero lejos, en el país de los ebrios y Nada desea en ella Hidrocarburo-felación, pero no sucedió. Sale de la tienda con algunas pinturas y regresa andando a su casa-cuarto-estudio donde comienza a hacer el intento. El rojo al inicio es muy violento-no, el verde-no. La paleta está por secarse y la sangre desea nicotina, son inútiles los falsos esfuerzos, busca un cigarro y lo enciende. Una nube le da la idea, es Idilio surrealista, que juega a ser nube-mujer-desnuda ¿una nube desnunda? Nada se sienta y sabe que es ya arte y no más nada. El ahora Arte, vuela sobre una ciudad del polvo, manchas colillas, insectos y dibuja una nube de tetas enormes, una nube silfidica, derramando por la entre pierna varios rayos del sol rojo.

¿Conclusión?
Una historia que se vertió en muchas, un pasado que resultó futuro. Es tiempo de levantarse, dejar el mismo cuento de antaño, para que acabe de devorarse a sí mismo como serpiente que se muerde por la cola.

TOMADO DE http://www.geocities.com/iommy.geo/rev5/rev5/de_presiones.html

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