11/02/2003
MI BRUJA
In memoriam Astrólogo Profesor José Pérez Alférez, quien aprovechó el viaje de los muertos...
Amigos, escribo esto desesperado, angustiado, molesto con el mundo por quitarme lo que a otros les ha dado a manos llenas. Por ello, les suplico que si tienen un poco de tiempo se asomen y ojalá puedan ayudarme. Lo siguiente es una crónica de cómo volvió una casi olvidada obsesión, desde el inocuo principio hasta una solicitud que espero tenga eco.
Revisando entre papeles viejos, un atascadero de hojas recicladas y rellenadas con los golpes de la máquina y los de la adolescencia, hallé su número telefónico y una historia cegada abruptamente. Marqué el número con las tripas chillando en la garganta, gracias al cielo del otro lado sólo puede escuchar “Lo sentimos, pero el número marcado no existe. Favor de revisar en su directorio telefónico, gracias”.
No alcance en ese momento a recordar toda la historia con ella, fue la incertidumbre aquello que me llevó a buscarla. Ignorar la manera cómo perdí la pista de una mujer tan significativa fue el impulso, pero después, reflexionando no supe qué diría ni mucho menos cómo reaccionaríamos.
Las dos cajas de “originales de juventud” –fui de esos intentos de escritores que piensan en el futuro: la crítica necesitaría de mis primeros trabajos– salieron cargadas por doña Pera, la señora de la limpieza, con rumbo al camión de la basura. Todo menos el relato de aquellos días... pero transcribirlo sería abusar, está todo desarticulado, repleto de lugares comunes y con fallas de concordancia tales que ni para literatura basura serviría.
Volver a sentir el ímpetu de aquellos años donde sólo bastaban algunos cigarrillos, un café, agua y mi olivetti atronando el sueño de los vecinos, me lleva a volver a esto y también me obliga volver a ella. Recordé con claridad las cinco ocasiones que nos acostamos, ella tenía dieciseis y yo catorce años, ella tenía en su haber una relativamente larga lista de novios y amantes y yo, yo tenía leída toda la literatura de la onda, todas las ambiciones del mundo y tantas masturbaciones como ella besos. Debo aceptarlo dolorosamente: mi boca ni siquiera había recibido un beso, sobre todo porque siempre le huí al ortodoncista. Mientras ella, naturalmente hermosa, reía de quienes le rendíamos pleitesía de monarca, era dueña de su espacio y su cuerpo.
Recuerdo que Chema, mi amigo gay, me había regalado el primer disco de Joaquín Sabina y ahí conocí la alteridad de mi diosa adolescente: Bruja. Y así fue, igualito que en la canción. Al inicio fui yo quien rogó por años sus favores y luego ella llegaba temprano a mi casa y me despertaba, incluso cuando mamá no estaba me hacía el desayuno y luego de tender la cama jugeteabamos antes de desahogar las enormes cargas hormonales. Envidiables días casi por completo dedicados al culto de nuestros cuerpos.
Pero estoy brincándomelo todo, salteando hacía los recuerdos gratos y ni siquiera he contado la manera cómo cayó ella entre mis brazos y yo entre sus piernas. La conocí cuando llegué a su casa para aprender inglés, su padre era “el mejor maestro particular de inglés, vivió diez años en Inglaterra y enseña divino”, palabras literales de una amiga de mamá. La cita era para las seis de la tarde, pero por buscar la calle Abeto entre secollas, eucaliptos, robles y nogales, llegué hasta las siete y media. Encontré el número de la casa con varios adolescentes afuera, todos enmarcando dos figuras: una menuda y discreta, de rostro medieval y huesos salientes; otra altiva, de carnes voluptuosas, excesivamente coqueta e igual de adorable. Como siempre en estos casos tuve que elegir así, casi al azar entre una de las dos, obviamente, hermanas. Le pregunté a mi Bruja por las clases de inglés y sonriendo me dijo que subiera, se presentaron ambas ante la molestia de su séquito y subí. Beatles a buen volumen, cinco chavos de entre veinte y veinticinco me saludaron de mano y luego las llenaron de papel, un libro y dos cuestionarios. No eran clases de inglés normales, tenía que aprender a hablar como ellos, un idioma repleto de frases musicales que se limitaban a Beatles, Joplin, Doors y, paradógicamente, Sex Pistols. Los doce años que tenía entonces estaban llenos de rock mexicano, de Botellita de Jerez, Jaime López, Rockdrigo, pero jamás de “fresadas” en inglés. Aprendí mucho de aquellas clases, pero sigo pronunciando [one] por [wan].
Luego fueron dos años de reunirme con ellos a charlar de música, libros, programas de televisión, entre la risa discreta del “maestro”, claro está padre de mi Bruja, quien nunca daba rienda a las charlas, pues se limitaba a aprender cada una de las cosas que íbamos diciendo.
“El niño” fue mi nombre de aquel entonces, y el niño tenía tanta sabiduría de la vida que comenzó a creer que la vivía, salió de casa unas veinte veces, volvió las mismas y todo fue en su casa una batalla campal entre la “ignorancia” de su familia y su recién descubierta sapiencia. Aquella rebeldía fue maravillosa hasta la tarde que insultó a padre y él, impotente ante la exaltada sabiduría de su adolescente dolor de cabeza, tuvo la necesidad de darle una buena madriza: “para que le bajara de huevos”. Esa es la historia de mis clases, mas no de ella.
Puntualmente, martes y jueves, asistía con fervor, siempre recién bañado, con una florecilla cortada en el camino y ella recibía todo con beneplácito mientras terminaba de llamar por teléfono para salir con el “amigo” en turno. No me privé de esas salidas amistosas, ni de cafés y largas confesiones; pero lo que yo quería estaba tan lejos como enfrentar al dentista. El fin de lo que podría considerarse “la primera etapa de mi brujamanía” fue su respuesta a una pueril declaración: “mira, no me gustas, te quiero mucho, pero no me gustas, quizá si te hicieras una ortodoncia y te cuidaras los barros... no sé... quizá”, aderezado con un beso en los labios.
Después de dos largos años de pleitesía, mi Bruja se lió con “el hombre de su vida”, quien era simple y llanamente su primo hermano. La obsesión incestuosa llegó a oídos de toda su familia y, entre el deseo y la vergüenza, el adorador incesante fue quien se chutó todos los problemas: desde las depresiones hasta sus escapes de casa. Y ahí, considero, sucedió mi primer rasgo de madurez: cómo chingados podía estar enamorado de una mujer tan, pero tan... tonta; sí, comencé por asumir mi pasión como un capricho y preferí volar por otros senderos; claro está sin alejarme demasiado, pues el truene inminente con su guapo primo me daría la ocasión perfecta para lograr mis propósitos. Sin embargo, ocurrió que su hermana, la voluptuosidad con dos patotas a quien llamaremos Nosferata –como ella firmaba sus interesantísimos escritos de orientación vocacional para jóvenes– se embarazó de un novio pasajero contando con apenas diecisiete años; los conflictos de aquella familia eran míos. Entonces la Nosferata me agarraba de paño de lágrimas mientras entrenaba mi puberta libidinosidad y procuraba ayudarme a deshacerme de la molesta eyaculación precoz. Fue muy hermoso iniciar mis conocimientos amatorios cuidando de su barriga de siete meses, primero, y luego tratando de calmar su ninfomanía ante otros tipos menos “amables” que yo. Ella odiaba hacerlo en la cama, sus correrías tenían los paisajes más extraños: baños de cafés, parques de noche, casas recién conocidas... en una ocasión me acompañó a entregar unos papeles a la casa de un licenciado amigo de papá, cuando el tipo nos dejó solos en su recibidor ella pidió ir al baño, pero en vez de eso me jaló hasta una de las habitaciones y ahí lo hicimos rapidísimo. Así que Nosferata hizo que su hermanita, la menos candente pero mucho más adorable Bruja viniera y se viniera a y en mí.
Como toda buena féminas, ellas profesaban esa devoción destructora por cualquier ser de su mismo género; más aún siendo su propia hermana. Brujita me mandó al infierno una tarde que su hermana me comprometió a acompañarla a acostarse con un amante suyo, mientras la otra se quedaría encerrada “porque no tienes quien te acompañe”, dijo su madre. Finalmente y gracias al cielo, Nosferata no acabó con aquel tipo entre las piernas, sino con mi pequeño miembro jugueteando entre sus labios durante mucho tiempo... hasta que se dio por vencida: tres orgasmos en una sola tarde son demasiados, incluso para un adolescente.
Quizá unos tres o cuatro meses fueron los que Bruja me dejó a la deriva, no me dirigía ni una mirada de soslayo, a tal extremo llegó su aversión que me acusó de andar alcahueteando a su hermana para irse con otros tipos. Ahí el declive de la figura Nosferáticamente cachonda, pues sus padres –extrañísimos conservadores– le prohibieron salir conmigo.
Sólo quedó la espera: Me alejé de ambas por casi un año. Mis pasos recorrieron las primeras cantinas, comencé a fumar y beber con la misma devoción de las noches sin dejar dormir a mis vecinos con la maquinita de escribir. Todo tenía una calma regular, había comenzado a trabajar con mi padre, tenía mi propio dinero y mi propio cuarto y estaba perfectamente bien instalado en mi papel de niño genio en el primer semestre de la prepa. Recuerdo la llamada del maestro de inglés, proponía que me volviera cantante de una banda de “clásicos” que formó con sus nuevos alumnos. Ahí va el pendejo de yo de nuevo a la olla de las pasiones, primero me abordó Nosferata; pero cuál fue mi sorpresa al notar que Bruja me había perdonado; claro que a cambio de salidas, pizzas –carísimas en aquellos ayeres–, cafés y algunos besos robados con más güeva que interés. Hasta “esa” tarde.
– Oye, me siento muy sola, como que me hace falta algo ¿no? Te ha pasado así que te sientes como que no le gustas a nadie...
Oh cara mía, acaso era realmente tan, pero tan, tontirijilla de no darse cuenta de que yo vivía en ese estado de no gustar.
–... así que estás solo y te duele. Y te quieren pero no así como a ti te gusta, como que... no sé.
A la femininísima frase (“no sé”) siguió un speach mío, copia fiel de libro chafa del Joseagustín adolescente. Y cayó, cayó la palomita en mis garras devoradoras. Fuimos a mi casa para que le mostrara la novela que estaba escribiendo de los ahora nuestros amores. Terminada la lectura me miró, la miré; sonrió, sonreí; vino hacia mí, fui hacia ella; me beso, la besé... y como no sabía qué más hacer le propuse amarrarla con una bufanda.
– Si te sueltas, todo queda así, pero si no, haré contigo todo lo que quiera mientras estés atada.
Nunca pudo desamarrarse; ojalá siguiera así, pero cometí la estupidez de soltarla luego de una sesión de sexo chistosísimo. Ella no paraba de reír, anticlimática, mientras yo estaba tan jarioso como lo que era: un adolescente haciéndose el depravado.
Luego vino una breve etapa de grandes momentos, dos semanas de noviazgo antes de que se largara a México sin previo aviso. Así nada más, un día llegue a su casa y su padre me dijo que se había ido a vivir con el primo amado. Sonreí y me largué de esa casa creyendo en un “para siempre”.
Por periodos se perdía y reaparecía, llegamos a ser amantes cuando se casó por primera vez; luego buenos amigos cuando coincidimos en un encuentro de jóvenes impulsores del arte. Pero ahora, dieci... algunos años después de todo aquello, trato de buscarla infructosamente; no sé dónde está, ni si tiene los cuatro hijos de marido diferente que me dijeron que les habían dicho, o si mi Bruja estaba buscando trabajo en un bar de Sonora. Otras vertientes dicen que anda de piruja en la frontera, lo cierto es que no sé nada de ella.
Y bueno, amigos, si ya han soportado la lectura hasta aquí, sólo quiero pedirles un gran favor, enorme pero posible: si alguien la conoce dígale que la busco, dele mi e-mail, dígale que ya me compuse los dientes, que me baño a diario y que tengo un trabajo estable y que estoy solo, que me ha ido muy mal en amores y que no importa si son ciertos sus cuatro hijos de padre diferente, ni tampoco si es puta –mi segunda esposa resultó serlo y seguimos tres meses luego de mi descubrimiento, así que estoy curado de espanto–, tampoco me importaría que hubiera pasado lo peor... bueno, mientras no esté muerta claro –mi depravación no llega a la necrofilia–, ni mucho menos me importará que no quiera verme… estoy acostumbrado a los ruegos amorosos tanto que cuando una mujer llega sola la rechazo... bueno, por favor díganle que la busco.
Ps. Como se me olvidó describirla ahí va: delgadísma, piel marmorea, dientes perfectamente bien puestos, boca pequeña, calza del tres y medio, ¿tiene el pelo crespo y largo?, ojos cafés sinchiste como los míos –pero en ella sí tienen chiste–, es risueña, amable, soñadora... bueno y se llama Deyanira Martínez Landa. Ahora mismo deberá tener unos treinta y poquitos. Así que por favor... ayúdenme, no sé qué hacer solo después de cuatro matrimonios, sin hijos, detestando a los perros y sepultada toda posibilidad de ser un gran escritor detrás de la mesa donde atiendo los asuntos de mi jefe: el director vitalicio del área artística de la universidad donde trabajo...
yo espero, gracias.
PS (2ª y última). Si no la conocen y, realmente, quieren ayudarme denle un forward y envíenla a todos sus conocidos... Eros se los pagará con orgasmos.
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Nunca pensé que volvería a curarme de mi herpes, he estado teniendo herpes desde el año pasado en julio, hasta que un día realicé una investigación en Internet donde vi a alguien dar testimonio sobre cómo el Dr. Ogala lo ayudó a curar su herpes con su medicina natural a base de hierbas, me sorprendió mucho cuando vi el testimonio, y también tengo que ponerme en contacto con el médico herbolario (Dr. Ogala) en su correo electrónico, que la señora recomendó a cualquier persona que también pudiera necesitar ayuda. Estoy muy agradecido con este hombre porque me ha devuelto la salud y me ha vuelto una persona feliz. Cualquier persona que pueda estar enfrentando el mismo problema debe comunicarse con el Dr. Ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com o WhatsApp +2348052394128
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