9/26/2005

Fábula de los dos árboles muertos

Es curioso, le pregunté durante horas al árbol por qué se sentía tan solo. Me explicó claramente que no deseaba en realidad haber crecido junto al otro árbol, que le enfadaba sobre manera que tuviera más ramas, que pese a que ambos eran casi lo mismo, el otro luciera más. Le expliqué que no debía ponerse en ese plan, ya saben, moralina de lo políticamente correcto, pero no entendió razones. Seguiría muriéndose con tal de ya no estar junto a su acompñanate casual; sin embargo, sus esfuerzos serían infructuosos si no lo mataba consigo, confezó. Me contó en secreto que tenía varios planes, algunos rayaban en lo absurdo, como dejarse caer al vacío del desfiladero llevándose las ramas de su compañero enredadas y así arrancarlo para siempre, otra como llenarse agua y morir mientras veía secar al otro. El tonto árbol no me entendió cuando le quise explicar que no tenía sentido destruir a quien ha crecido contigo y tiene ya ciertas raíces pegadas a las tuyas, sonriente se quedó callado.
Su acompañante, mientras tanto, no paraba de lucir sus magras ramas y presumir los parásitos que albergaba, mientras yo sonreía ante esa pareja tan común, tan anodina, tan vital y hermosa.

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