Subiré con cuidado para no doblar los enmoecidos escalones de esta eterna escalera de caracol.
Me han dicho que al llegar hasta arriba estará la vista más hermosa de la ciudad.
La escalera de caracol me recuerda a la escalera del mirador de mi adolescencia.
>>Cuando cumplí 15 años ella estaba junto mío. Pasábamos las tardes necesitándonos, huyendo de la ciudad de ojos, refugiándonos en el amplio parque que hace de eje de la urbe de montaña. Fue la primera gran necesidad. Ella me vio diciendo el texto de "Rosa de dos aromas" en la primera clase de teatro. Yo la vi llegar con su falda larga y su blusa de mangas con olanes en los puños, como un reflejo del siglo pasado. Ella me abordó y charlamos un poco. Yo le pedí prestados 2 mil pesos. Mi amigo y yo queríamos jugar videojuegos. Nunca pagué ese dinero. Llevó a cuestas tantas deudas... Luego de algunos breves escarceos no pudimos dejar de necesitarnos. Huyendo de los ojos nos cobijaron los parques, los bosques, los árboles testigos de un acercamiento entreverado, circular e indirecto. Al igual que la escalera de caracol del mirador donde tarde a tarde obervábamos (agarrados de nosotros mismos) toda la ciudad. Hasta que el nosotros mismos se volvió el sí mismo de cada uno. Silente volví a mi balcón.<<
La vista más hermosa de la ciudad.
Valió la pena arriesgarse.
Fue importante no caer para poder contemplar tanta belleza.
Tantas casas.
Don Goyo trepidando sus bocanadas decembrinas.
Y ahora, a punto del llanto frente a tanta belleza...
descubro que las lágrimas
caen
una
a
una
en las baldozas frías.
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