Jack Johnson suena en la camioneta que nos lleva al Pinacate. El frizbee de Joseph es el único ovni que atravieza los cerritos. Eva y su caracol marino en mitad del desierto lloran su soledad mientras cavo una tumba. Lorena silente y reflexiva mira al horizonte, haciendo el balance de las máscaras. El motor de mi desierto entrelaza las manos solitarias a las otras, mientras corre un conejo hacia la salida, buscando abrir una puerta.
A ratos, Jesús me ayuda a cavar la tumba, pero no. Esta tumba debo hacerla con mis manos, en medio de la arena, saturada de espinas. Sangran las manos y son acariciadas por un ave del desiérto, que sabe dar aire y abrigo.
Salimos, la tumba quedó cerrada con todo y la sangre de mis manos.
A ratos, Jesús me ayuda a cavar la tumba, pero no. Esta tumba debo hacerla con mis manos, en medio de la arena, saturada de espinas. Sangran las manos y son acariciadas por un ave del desiérto, que sabe dar aire y abrigo.
Salimos, la tumba quedó cerrada con todo y la sangre de mis manos.
3 comentarios:
uau!! que bonita foto.
gracias...gracias por traer de nuevo esos colores, dentro de un espacio que de vacío no tiene nada...
Saludos,
Lorena
Gracias? NOPE
Gracias a ti por e viaje, por la risa discreta y por esos silencios a veces rasposos como piedras, otras suaves como aquella arena. A ti las gracias al ser compañera de viaje.
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