La fábula del labriego loco
Cuando los primero brotes de los campos aparecieron, todos los campesinos cuidaron de sus sembradíos, pero el labriego loco seguía recolectando semillas y plantándolas en los sitios más exrtaños.
Sin embargo, una fuerte lluvia arrazó con casi todas las siembras, dejando al pueblo en la incertidumbre para el invierno.
Cuando comenzó a escacear la copmida, todos hablaron mal del labriego loco y su desperdicio. Sin embargo, en el momento en que nadie tenía nada que llevarse a la boca el labriego sonriente llegaba con frutos, trigo y algunas verduras. Compartía todo con la comunidad que lo rehazó.
Un día, muy enojado, el jefe del pueblo le preguntó por esta actitud y de dónde venía su comida que, aunque poca, alcanzaba para no morir de hambre.
El labriego loco le dijo: "Si siembras en un surco, tendrás una cocecha; si siembras tu tierra, tendrás un compromiso; pero si siembras el mundo, por lo menos uno de cada veinte granos te darás las gracias con sus flores y frutos".
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