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Según la teoría ortodoxa de los titiriteros la fuerza de un muñeco está en su mirada y en su nariz, estos dos elementos dan el carácter y la fuerza al personaje.
La forma de los ojos deberá siempre mirar al público, retándolo, buscando enternecerlo, cuestionándolo, en fin, tratando de producir en él la primera sensación. Eso dice la teoría. Sin embargo, existe ya tal explotación del lenguaje de los muñecos que incluso una bola sin ningún rudimento puede servir para crear un carácter, dependiendo ya de otros elementos como la música, las luces o la energía del titiritero, que de ahora en adelante llamaremos (con mayor propiedad) manipulador.
El manipulador debe conocer perfectamente el carácter de su muñeco, pues a menudo un manipulador considera que su muñeco puede ser agresivo y resulta de una inocencia enternecedora, o viceversa.
Algunas teorías contemporáneas vinculan la manipulación con el ser en sí mismo. Uno es su propio manipulador (en el mejor de los casos), sin embargo, esta afirmación tiene muchas aristas, ya que (otra teoría extraña) el carácter de la expresión en la mirada se va forjando a partir de los estímulos externos, por ende, si no eres muy buen manipulador de ti mismo, el entorno terminará por afectar la expresión de tu muñeco. Hay casos de muñecos llevados a la demencia trágica en su afán de apropiación de sí mismo pensando en los demás.
Es curioso, pero analizando de forma somera las miradas uno puede desenhebrar lo buen o mal manipulador que es el individuo. Por ejemplo, una mirada perdida en el vacío con fuerte afán de suficiencia, generalmente denota en realidad la preocupación vital por esquivar la profundidad plena de cualquier otro.
Generalmente es el caso. Generalmente las miradas se detienen poco a conocerse, el mal manipulador teme contaminarse o copiar la mirada de cualquier otro al contacto. Generalmente, el manipulador no le permite a su muñeco mayor flirteo que escazos segundos depositados apenas.
Sin embargo, la teoría más ortodoxa indica que la forma en que el muñeco puede aplicar la mirada sin perder un ápice de su autenticidad es sólo enfocando ambos ojos hacia el mismo punto de forma inequívocamente completa, es decir, haciendo el bizco.
Lo anterior generará empatía espontánea, a veces hasta risa.