9/25/2009

Ayer me encontré con César Aira en el Parque de Rivadavia


Desde la llegada a Buenos Aires insistí, me insistí, tendría que buscar a César Aira, charlar un poco con él, simplemente ver si el mito del escritor que deambula por el barrio de Flores era real. Y entonces le pregunté a Ramponelli, el escritor que da taller en la Biblioteca de Morón y me dijo que no, que él no lo conocía. Quizá tringualando habría modo. No estoy en Buenos Aires cerca del mundo de los escritores, no es como escritor que viajo para acá. Así que seguí andando.
Alethia se aferró a ir al parque de Rivadavia, se nos hizo una buena idea. No había mucho que pensar, hay libros, hay discos, truchería... había las cosas que buscamos. Y sí, unos stands con libros de todo tipo, comerciales sí, pero alguna que otra cosa interesante entre tanto. Y gente, mucha gente que pregunta y pregunta más sobre los libros que compraría en librerías si tuviera más plata, pero no. Ahí, un 30 a 50 por ciento menos te hallas lo mismo que en librerías. De pronto algunas cosas que son extrañas, pero en general no, en general mismos autores, diferente precio. Por ahí sí algo de piratería de libro, pero de eso no se habla en los blogs es como de mal gusto, me dijeron.
Y entonces a hacer el turismo intelectual.
De camino, vimos que antes de llegar a la estación de tren Flores los edificios tienen una fachada más linda, con tejas y acabados en café, avejentados y cuidados. Así que le dije a Alethia: "mira, se nota que estamos llegando a Flores, son más lindos los edificios porque aqui vive César Aira". Ella me recriminó el "y dale con lo mismo".
Entonces pensaba en el escritor y su mito, en cómo aquel señor que tradujo para comer cientos de novelas baratas fue construytendo una "obra" con una idea, con un mito. El mito del escritor casual, del viandante y poblador de su propia tierra, que en este caso es cemento, asfalto, un barrio de Capital en Argentina.
Hace tiempo me decidí a que Ciudad X existiera, es decir una cualquier ciudad y la mía. Qué duro es decidirse a escribir desde un sitio, es una decisión complicada, corres el riesgo siempre del localismo, de jugar a ser el mejor escritor del barrio de San Bruno, por ende el único. Claro que ese sitio es cómodo para no pocos.
Y no sé qué medio por pensar en si en verdad un escritor camina nomás por la calle y de pronto escribe casi como sin querer y luego así nomás manda y le publican y al rato tiene crítica por todos lados y se lo comparan con Borges o Cortázar.
Llegamos a la estación del tren y pregunté a los compañeros si querían tomar el metro o ir caminando, preferimos caminar.
Pero tomamos el lado contrario. Así que luego de tres calles, mientras volvíamos nos atacó un hambre tremenda y luego vimos una comida china para llevar a buen precio y que no se veía mal en nada. Los cuatro pedimos el mismo paquete. Gaseosas que en México se llaman refrescos y los rollitos primavera y el guiso de pollo y hubo que comprar salsa agridulce y salsa de soya picante.
Bromeamos, a los rollitos sólo les faltaba queso, crema y lechuga para la orden de flautas. El afuera respecto del adentro es tan asible cuando se tiene un poco de cinismo que al terminar nos dimos cuenta de lo hermoso que es Buenos Aires luego de almorzar. Porque los horarios de comidas, caray que nos meten en líos.
Caminamos rumbo al Parque Rivadavia. AL llegar recordé las calles aledañas a la Universidad de Chile, el mismo tipo de puestos, las mismas colecciones de libros, sólo que en mucho mayor cantidad.
En el tercer puesto que nos detuvimos encontramos muchas cosas para mirar y Alethia halló varias para comprar. Federico comenzó a preguntar cosas sobre lo que andábamos haciendo por Buenos Aires y más porque vio las clavas en mi maleta. Federico es un chico con aretes y la barba crecida, muy amable, me recordó a Yita y charlamos un buen trecho. Le pregunté por novelas de Aira en Beatriz Viterbo y nada, él no tenía.
Charlamos entonces sobre los malabares, le conté que con tres clavas adorno el trabajo, que está complicado dedicarle demasiado tiempo a entrenar porque es algo lindo, pero hacerlo muy profesionalmente es demasiado complicado sumado a otras actividades y bueno... seguimos mirando puestos.
Hallé entonces el libro que recién le publicó Mansalva: Dante y Reina. Lo vimos en una librería de Corrientes, ¡cincuenta pesos! Demasiado, demasiado. Sí tenía las ilustraciones de un caricaturista "re piola", pero 50 pesos era demasiado. Así que lo volví a ver, justo en ese puesto donde Sergio me llamó para darme el primer tomo de los cuentos de Terramar de Ursula K. Leguin, muy difícil y caro en México, acaso unos 4 dólares. Me lo pensé. "Para luego", me dije. La idea de ir gastando tanto no me viene muy bien ahora, así que lo dejé donde lo hallaría a la vuelta si no encontraba otra cosa.
En el puesto de la esquina vi dos cosas que me jalaron de inmediato: un gato gris que no se movía de ahí y una veintena de libros en dos pesos que, se nota, hacía mucho tampoco se movían de ahí. Revisé de a uno los libros de dos pesos y nada, menos que nada. Y el gato, sentí muchas ganas de acariciarlo, de saludarlo más de cerca cuando vi que el señor del puesto no me miraba muy amablemente. Así que me di la vuelta para buscar a Xavier y Alethia cuando lo vi.
Un rostro conocido, como un viejo amigo, alguien a quien conoces pero no recuerdas exáctamente de dónde ni cómo. Fue muy extraño, venía fumando un cigarrillo, con una calma excesiva y entonces entre el desconcierto me acerqué y le dije: César.
Volteó buscando algo en mi cara que le pareciera conocido y no halló nada. Repetí, "tú eres César Aira". Con una sonrisa complaciente dijo sí.
Entonces entre el nervio y la estupidez, llegaron los compañeros, le pedí diez minutos, traté de hablar de lo he leído, de mis dudas y mis ganas al leerlo, de este blog de...
Se tenía que ir, llevaba un poco de prisa. Y se fue. Yo me quedé entre los libros, sonriente y absurdo. Me dio tiempo de comprar el libro en Mansalva, el de Dante y Reina a un precio más bajo que en la librería y me lo firmó.
"Venía pensando que me voy para México el miércoles, estaba haciendo las maletas y pensaba que ahora tenía que firmarle libros a los mexicanos y mira, ustedes vienen y yo voy..."
La realidad hizo un quiebre para mí. No la realidad del Parque Rivadavia que con pastosa calma sigue siendo, no la realidad de quienes llegan a vender sus libros para ser revendidos a más del doble de su costo. Tampoco la realidad de mis compañeros de viaje que me miraban como a un gil (así me porté), no. La realidad que se me partió en dos fue la de ver que efectivamente los mitos son así, están ahí listos para poderse comprobar. Sé poco de la fe, pero creo que me era necesario saber que sí, que se puede deambular con un pucho en calma, planeando el viaje, andando nomás.

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