En medio de un pueblo pequeño, donde el torito, el aguacate y las cocadas se ofrecen en boca de la gente, sin dejar a un lado las playeras rojas que te gritan al preguntar si quieres un guía, ahí mero está el caso abandonado de la casa de Hernán Cortés. Sí, ese señor por quien sabemos que "lo Cortés no quita lo Cuahutémoc" o esa deformación bárbara y vulgar: "lo cortés no quita lo caliente".
Un sitio histórico, donde los cañones, las cadenas, la taona y demás enseres coexisten con los tendederos, los lavaderos, la vegetación que ya le ganó a los muros. Un sitio donde el "valor histórico" es muestra de nuestro imaginario mexicano, costeño, jarocho... sobre las piedras vienen otras, sobre la contrucción y sus ruinas se construye lo siguiente. No hay conservación de edificios, porque no se deifica al pasado, el momento de cobrar es momento de gastar e ir de parranda, el ayer fue eso y el futuro un decir.
Me fascina que pueda ser más interesante un aviso de cocadas horneadas que el letrero insulso de la casa de ese don, que de casualidad logró salirse con un capricho que ni siquiera sabía que tenía.
De igual modo, hace cientos de años llegó el Son, negros, indígenas y españoles le dieron su sentido, y cada determinado tiempo, las mismas rimas van convirtiéndose en algo nuevo, usando las ruinas de lo anterior, el estribillo, cambiando las coplas básicas.
Este mi país, este mi imaginario, recuerdo al Schwob, ese cayadito genecillo: "Para crear el arte nuevo hay que destruir el arte, para así construir sobre sus ruinas".
1 comentario:
que bien escribes, me encanta pasar por aqui y leer tus palabras. :)
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