Mauricio me contó que le pasó esto el sábado pasado. Salió con unas amigas, tres bares y no pocas cervezas. Lo cotidiano en él, podría decirse. Con una sonrisa imbécil me dijo que en el primer bar se encontró a un par de indeseables, esos tíos que esperas nunca volver a encontrar, pero de pronto se aparecen, justo cuando ya ni siquiera imaginas que aún existan: aparecen con sus narices chatas y sus cuerpos avejentados y vencidos.
Mauricio, siempre tan tolerante, dejó ese bar atrás. Pero al salir se sumó una tercera amiga, cancelando los planes de ir a una discoteca.
Entonces más bares, entonces más cervezas y mucho reír, mucho celebrar la vida. Ay, este Mauricio está muy loco últimamente. Decidió venirse abajo con todo y él mismo, el resultado fue que descubrió que lo angelitos cuando caen, del cielo no pasan (Hello cocodrilo).
Entonces, durante el amanecer, ella abrió sus labios. Ella abrió su corazón. Ella y tan ella que sólo fue necesario cubrirse en un abrazo honesto para que toda la celebración de la vida pudiera usar en ese instante la primera persona del plural.
3/14/2005
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