Su torpe sonrisa da cuenta que ha fumado opio.
El dolor de su cuerpo descoyuntado, debraye, sin posible reparación, pues el alma no es como los huesos que sueldan rápidamente.
Cuando amé a la mujer del sillón, su mirada no miraba, su tacto apenas rozaba la dermis, sus palabras eran silencios y sus silencios mentiras.
Luego, la mujer del sillón se volvió como una gata al sol sobre una azotehuela. Temerosa y acechante. Al final, tomó la desición de ser la mujer que está sola en el sillón.
TXT: Elmismo.
FOTO: Kertesz.
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