1/06/2006

Sé bien que esto no te importa en realidad. No te importa el golpe rotundo de la mirada de un niño sobre tu humanidad. Si te importara estarías en otro sitio, en otra codificación binaria. Así como a la vaca, hace unos años la mirada de los niños me destrozó en pedazos.
Yo, lo que creía ser, mi ser de promesas y discursos, el ego exaltado se fisuró para acabar partiéndome en fragmentos disimiles.
Ahora estoy soniendo, me gustan los pedazos perfectamente repartidos en diferentes estadíos. Me gusta tener que callar todo esto y exponerme a ratos. Me gusta dormirme y aburrirme de los adultos y sus charlatanerías. Me gusta ser un adulto reservado que se vuelva un niño juguetón y sin sentido. Me gusta la vida de ser fragmentado, de ocultar el amor que no puedo sostener, de exponerme con la boca cerrada y los ojos atentos, me gusta mirar a la gente a los ojos en la calle, me gustan las palomas mensajeras con noticias simples: se vive, me gusta estar en casa tirado con el libro en las manos y quedarme dormirdo y despertar sin temores ni añoranzas, me gusta sentirme en la completa libertad de quedarme donde estoy, me gusta mirar adelante sin mentiras, me gusta callar y ser honesto, me gusta sentirme así.
Son por hoy demasiadas alegres sorpresas, algunas confirmaciones y otros desahogos. Sonrío porque sigue el camino hacia tierras increíblemente extrañas, lejanas, concretas algunas y sublimes otras.
Bueno, ya es hora de quitarse el casco, es tiempo de beber el antídoto y volver a la realidad.
A la vida.

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